domingo, 29 de marzo de 2015

Profecías y milagros

Las profecías bíblicas son interpretadas generalmente como acciones emanadas de Dios cuando decide informar a la humanidad, a través de los profetas, acerca de la conducta que de ella espera, de donde surge la duda respecto del prolongado tiempo transcurrido entre la aparición de los distintos enviados. Aunque también es posible otra interpretación, como que las profecías surgen del hombre inspirado en Dios y que interpreta su aparente voluntad. Albert Nolan escribió: “La profecía no es una predicción, sino una advertencia o una promesa. El profeta advierte a Israel acerca del juicio de Dios y promete la salvación del mismo Dios… Tanto la advertencia como la promesa son condicionales. Dependen de la libre respuesta del pueblo de Israel. Si Israel no cambia, las consecuencias serán desastrosas; pero, si cambia, habrá abundancia de bendiciones. La finalidad práctica de una profecía consiste en persuadir al pueblo para que cambie o se arrepienta. Todo profeta llama a una conversión” (De “¿Quién es este hombre?”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1995).

El profeta busca un cambio de mentalidad (o arrepentimiento, que es el significado de “arrepentirse” en el idioma griego). El cambio de mentalidad que se espera en la actualidad seguramente será aportado por la ciencia experimental, concretamente por las ciencias sociales. De ahí que el conocimiento que de ellas proviene llegará a identificarse en su momento con las prédicas cristianas. El posterior alcance masivo, o universalización, sólo podrá darse a partir del conocimiento científico. Será una situación favorable para la unificación de religiones.

Lo que tienen en común las profecías y los milagros, es que en ambos casos se supone una intervención de Dios quien interrumpe el vínculo entre causas y efectos, es decir, interrumpe la ley natural, que es la ley que permite que el mundo funcione de la manera en que lo hace. Tal interrupción ha sido vista como una contradicción esencial por cuanto implicaría que el Creador interrumpe las reglas del juego por él establecidas. José M. Riaza Morales escribió: “Desde el punto de vista del curso de los acontecimientos, el milagro es un hecho excepcional, fuera del curso común y normal de las cosas. Para David Hume, «un milagro es una violación de las leyes de la Naturaleza»”.

“El milagro supone una intervención especial del Creador, que modifica en un caso particular el curso normal de las cosas”. “Negativamente, la intervención divina puede impedir la acción de las causas naturales; impedir, por ejemplo, que el fuego queme a una persona que permanezca en medio de las llamas. Positivamente, esa intervención puede producir hechos que sobrepasen las fuerzas de la Naturaleza: resurrección de un muerto, curación repentina de un cáncer, etc.” (De “Azar, ley, milagro”-La Editorial Católica SA-Madrid 1964).

Las leyes naturales descriptas por la física, y que rigen en la escala atómica y nuclear, admiten probabilidades. De ahí la posibilidad de la existencia de acontecimientos muy poco probables, que en largos periodos de tiempo podrán ocurrir, y que tienen la apariencia de verdaderos “milagros”. Tal tipo de acontecimiento, antes del conocimiento de las leyes que lo rigen, podía hacer suponer al observador que se trataban de intervenciones directas de Dios.

Puede decirse que la religión del milagro, o que admite esa posibilidad, tiende a promover en los hombres una actitud de dependencia respecto de Dios, buscando en cierta forma que el Creador se adapte a las necesidades del hombre. La religión de los milagros lo espera todo de la acción de Dios, de la misma manera en que, en el socialismo, el individuo pide y reclama que el Estado le solucione sus problemas sin intentar, y ni siquiera poder, resolverlos por sí mismo. Por el contrario, una religión que excluya el milagro deja en claro que es el hombre quien debe adaptarse a las leyes naturales invariantes, o leyes de Dios. Como dijo Anthony De Melo: “Milagro no significa que Dios cumpla con los deseos humanos sino que los hombres cumplan con los deseos de Dios”.

Por lo general, cuando ocurre un accidente en el cual mueren muchas personas y se salva alguna, se habla de la existencia de “un milagro”, por lo cual surge de inmediato la duda acerca de por qué Dios, que todo lo puede, no hizo extensiva su acción salvadora a las otras víctimas. Incluso si hay alguien, que no sea Dios, que pudo salvar a tales victimas y no quiso hacerlo, será penalizado por su fatal negligencia. De ahí que la creencia en los milagros deriva en planteamientos poco congruentes con la lógica elemental. Lo ilógico no puede perdurar en la mente del hombre ya que tarde o temprano será rechazado.

Cuando Cristo indica que “Dios ya sabe que os hace falta antes que se lo pidáis”, en cierta forma trata de sugerir que debemos salir de la religión del intercambio de ofrendas y pedidos por ventajas concedidas, lo que caracteriza a las religiones paganas. Por el contrario, la adaptación a las leyes naturales, y a los mandamientos éticos, constituye la esencia de la religión moral.

Los denominados “milagros”, realizados por Cristo, son atribuidos a la fe de las personas antes que a las intervenciones de Dios. Albert Nolan escribió: “Una y otra vez leemos cómo Jesús decía a la persona que había sido objeto de la curación: «Tu fe te ha curado». Es ésta una notable afirmación que, automáticamente, eleva a Jesús por encima de cualquiera de las categorías de médico, exorcista, taumaturgo o santo que en aquella época se reconocían. Jesús, en efecto, dice que no es él quien ha curado al enfermo, que la curación no se ha producido en virtud de algún poder físico o de algún tipo especial de relación que él pudiera tener con Dios. Ni tampoco hay que atribuirla a la eficacia de alguna fórmula mágica, ni siquiera a las sencillas propiedades medicinales de la saliva. Y tampoco dice, al menos de un modo explícito, que la persona en cuestión haya sido curada por Dios. No dice más que: «Tu fe te ha curado»”.

Alguna vez, René Favaloro comentó que la gente atribuye la recuperación de las personas a la acción salvadora de Dios, mientras que, cuando no ocurre tal recuperación, nunca afirma que “Dios no quiso curarla”, sino que recurre a la expresión cotidiana de “la mató el médico”.

En la actualidad, se advierte que la santificación otorgada por la Iglesia Católica exige, como requisito previo, haberse comprobado la realización de algún milagro por parte del postulante, aunque no se especifica si ello se debió a fue capaz de “atraer las decisiones de Dios a favor de un enfermo” o bien de promover la “autocuración por medio de la fe” tal como lo hacia Cristo. En el caso de la Madre Teresa de Calcuta nos parece que con su ejemplo debería bastar para tal designación incluso sin requerir de una prueba adicional como la mencionada. Sydney Hook afirmó que: “Mientras que la ciencia trata de sacarse de encima a los misterios, la religión los adora”.

Podemos señalar algunos aspectos por los cuales la religión moral ha perdido bastante de su eficacia:

1- Esperanza exagerada en el milagro, supuesta causa del Bien, en reemplazo de la acción ética individual
2- Reemplazo de lo que Cristo dijo a los hombres por lo que los hombres dicen sobre Cristo
3- Complicación excesiva de lo simple

Respecto de esta última tendencia podemos citar a Maurice Nicoll, quien escribió: “También tenemos que el significado literal del mandamiento: «No robar», es obvio; pero su sentido psicológico es más profundo. Psicológicamente, «robar» significa pensar que uno hace las cosas de sí mismo, mediante sus propios poderes, sin advertir que uno ni siquiera sabe lo que es, ni cómo piensa, ni cómo siente, ni siquiera cómo se mueve. Es, por así decirlo, como si uno diese por sentadas muchas cosas, adjudicándoselas todas a sí mismo. Se refiere a una actitud. Pero si esto se le dijese a un hombre en forma directa, sencillamente no lo podría entender. De modo, pues, que el significado de estas cosas queda cubierto tras un velo porque de expresarlo literalmente nadie lo creería y todos pensarían que es una tontera. No sólo no se entendería la idea sino que, lo que es peor, se la estimaría ridícula. El conocimiento superior, el significado superior parecería un desatino o se le entendería erradamente si cayese a un nivel corriente de entendimiento”.

“Todo el mundo sabe que a los niños no se les puede enseñar las verdades de la vida porque su entendimiento es muy pequeño. También es cosa muy sabida que hay aspectos de la vida ordinaria que no se pueden entender sino al cabo de una larga preparación, como ocurre con algunas ramas de las ciencias” (De “El nuevo hombre”-Ediciones Sol-México 1953).

Al respecto podemos decir que, si algún lector creyó que sabía perfectamente el significado de “No robar”, luego de leer el párrafo citado advertirá que no lo sabe. Se han abierto las puertas del debate filosófico respecto de algo bastante simple, que ya dejó de serlo. Lo que era un mandamiento útil e imprescindible para el desarrollo adecuado de la civilización, ahora ya no lo es. El mencionado difusor del cristianismo nos hace recordar los casos de aquellos plomeros o carpinteros que, para cobrar más caro su trabajo y para desalentar a la posible nueva competencia laboral, reviste a su oficio con un velo de misterio que oculta una alta complejidad y que sólo los iluminados pueden comprender.

Al hacer entrar lo simple en la disquisición filosófica, se reduce notablemente su efectividad para caer en un círculo vicioso del cual no se podrá salir fácilmente. Julián Marías escribió: “La diferencia entre los problemas científicos y los problemas filosóficos es clara, y uno de sus rasgos principales es que en los primeros es esencial la posibilidad de encontrarles solución, mientras que ello es secundario en los segundos. La renuncia a plantear ciertas cuestiones es una virtud de la ciencia, la condición de su progreso y de sus resultados. Eso mismo seria la aniquilación de la filosofía, la pérdida de su carácter constitutivo e intrínseco, la renuncia a sí misma” (De “Problemas del cristianismo”- Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1995).

En primera instancia, nos parece ampliamente favorable al hombre que el Creador interviniera seguido para resolver los graves problemas humanos. Seguramente nadie se “opondría” a tal posibilidad. Sin embargo, debemos considerar al mundo tal cual es y no tal como nos gustaría que fuese. Depende de nosotros, eso sí, “apostar” por un mundo favorable al hombre, lo que implica justamente nuestra fe positiva en el Creador y en la Creación, o bien “apostar” por un mundo desfavorable al hombre, lo que implica una fe negativa.

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