lunes, 30 de marzo de 2015

La revolución interior

En cuestiones humanas y sociales, se entiende por revolución al cambio que se produce en un individuo, o en la sociedad, y por el cual dejan de ser lo que son y comienzan a ser otra cosa. Si se trata de un cambio individual favorecido por una prédica religiosa, se habla entonces de una conversión. Por lo general, se buscan mejoras bajo dos alternativas posibles:

a) A partir de la mejora individual se busca, además, la social
b) A partir de la mejora social se busca, además, la individual

La primera alternativa caracteriza al cristianismo, ya que busca la conversión de pecadores en justos, para que en ellos reine la justicia de Dios a través de sus leyes. Augusto Cury escribió: “Cristo tenía conocimiento de la miseria social del ser humano y de la ansiedad que estaba en la base de su supervivencia. Quería sinceramente aliviar esa carga de ansiedad y tensión que cargamos a lo largo de nuestras vidas. Aunque tenía plena consciencia de la angustia social y del autoritarismo político que las personas vivían en su época, él detectaba una miseria más profunda que la sociopolítica, una miseria presente en lo más íntimo del ser humano y fuente de todas las otras miserias e injusticias humanas”.

“Actuaba poco sobre los síntomas: su deseo era atacar las causas fundamentales de los problemas psicosociales de la especie humana. Por eso, al estudiar su propósito más ardiente, comprendemos que su revolución era en lo íntimo del hombre, y no en la política. Un cambio que se inicia en el espíritu humano y se expande por toda su psique renovando su mente, expandiendo su inteligencia, transformando íntimamente la manera en la cual el ser humano se comprende a sí mismo y el mundo que lo rodea, garantizando así un cambio psíquico y social estable”.

“Cristo predicaba que solamente por medio de esa revolución silenciosa e íntima seríamos capaces de vencer la paranoia del materialismo no inteligente y del individualismo y desarrollar los sentimientos más altruistas de la inteligencia, como la solidaridad, la cooperación social, la preocupación por el dolor de los demás, el placer contemplativo, el amor como fundamento de las relaciones sociales” (De “El Maestro de maestros”-Grupo Nelson-Nashville 2008).

El mensaje cristiano excluye otras sugerencias éticas. Y ello se debe a que tiene en cuenta las posibles respuestas del hombre en distintas situaciones y elige la mejor de ellas, o la que mejores resultados produce. Así, supongamos el caso de una persona que sufre algún percance o alguna enfermedad. Las posibles respuestas serán: a) Se comparte ese dolor, b) Se responde con indiferencia, c) Se recibe con alegría. Y ante una situación de alegría: a) Se comparte esa alegría, b) Se responde con indiferencia, c) Se recibe con tristeza.

Adviértase que en ambos casos se han mencionado todas las respuestas posibles que se producirán en las restantes personas, aunque con distintas intensidades emocionales. Como el amor al prójimo implica compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, una vez que se ha enunciado el mandamiento respectivo, resulta ser el único camino para encontrar la felicidad y para cumplir con la aparente voluntad del Creador, o la finalidad implícita en el orden natural. Sin embargo, desde la filosofía y desde las ciencias sociales, al buscarse una ética elaborada por “métodos terrestres”, se deja de lado algo tan simple y evidente. Adviértase que el mandamiento del amor al prójimo es tan fácil de comprender como difícil de poner en práctica, debido precisamente a su generalidad.

Las distintas éticas propuestas son consecuencias de las diversas posturas filosóficas establecidas; de ahí la síntesis enunciada por Wilhelm Dilthey:

1) La metafísica de la razón ética universal y el principio de la acción moral en un Reino de Dios
2) La metafísica de la razón contemplativa y el principio de la negación del mundo
3) La metafísica de las fuerzas conformantes y el principio de la autoconservación
4) La metafísica del materialismo y el principio de la animalidad
(De “Sistema de la ética”-Editorial Nova-Buenos Aires 1973).

La ética cristiana, si bien se adapta a la primera de las posturas mencionadas, puede prescindir de cualquier perspectiva filosófica ya que implica ciertamente una simple elección entre el bien y el mal surgida ante lo evidente y el sentido común.

Al existir en el hombre una tendencia a competir, debe orientarse tal competencia hacia uno mismo, como la del deportista que mejora sus marcas sin pensar tanto en los demás. La competencia constructiva y exitosa exige lo máximo de cada uno, mientras que la competencia destructiva tiene en cuenta al adversario sin tener un parámetro de comparación propio, u objetivo, que le permita superarse cada día. De ahí que sea tan importante el acierto propio como el error o la debilidad del adversario. En cuestiones éticas, tal parámetro de referencia será nuestra capacidad de compartir las penas y las alegrías de los demás.

En nuestra época, se hace necesario despojar de símbolos al mensaje religioso traduciéndolo al lenguaje científico; no para suplantarlo, sino para fortalecerlo. A quienes se oponen a tal alternativa sosteniendo una postura tradicionalista, se les puede preguntar si estiman que los resultados de la difusión actual del cristianismo resultan adecuados a las necesidades de la sociedad.

Las ciencias sociales admiten la posibilidad de esa traducción, tal el caso de la Psicología Social, cuya finalidad es la descripción de los efectos que las distintas ideas o creencias producen. Edwin Hollander escribió: “El carácter distintivo de la Psicología Social surge de dos factores fundamentales: primero, su interés en el individuo como participante en las relaciones sociales; segundo, la singular importancia que atribuye a la comprensión de los procesos de influencia social subyacentes bajo tales relaciones” (De “Principios y métodos de psicología social”-Amorrortu Editores SA-Buenos Aires 1968).

En el caso de la Sociología, existen las dos alternativas mencionadas en un principio, es decir, de describir al individuo partiendo de la sociedad, o bien de describir la sociedad a partir del individuo como instancias previas al cambio. Emile Durkheim, la figura representativa de la primera alternativa, escribió: “La sociedad no es mera suma de individuos, sino que el sistema formado por su asociación representa una realidad que tiene características propias”. Raymond Boudon, por su parte, adhiere a una postura próxima a la adoptada por la Psicología Social, escribiendo: “Para explicar un fenómeno social cualquiera (sea éste atinente a la demografía, a la ciencia política, a la sociología o a cualquier otra ciencia específica), es indispensable reconstruir las motivaciones de los individuos involucrados en el fenómeno en cuestión, y percibir este fenómeno como resultado de la sumatoria de los comportamientos individuales dictados por esas mismas motivaciones” (Citas en “Las nuevas sociologías” de Philippe Corcuff-Siglo Veintiuno Editores-Buenos Aires 2014).

La principal oposición al cambio social por medio de la revolución interior, es la sostenida por los impulsores de revolución social, en la que promueven la violencia entre el sector “inocente” respecto del “culpable”. Se trata que el individuo pierda o renuncie luego a sus objetivos y atributos personales para ser absorbidos por un colectivismo impuesto por la clase social triunfante luego de una ardua contienda. Quienes promueven la revolución social, aducen por lo general la búsqueda de la liberación respecto de algún imperialismo que oprime al individuo. Sin embargo, olvidan los éxitos que en ese sentido obtuvo el Mahatma Gandhi, quien liberó a la India utilizando principalmente métodos pacíficos orientados al individuo. Por el contrario, quienes promovieron el colectivismo lograron como resultado esclavizar a sus propios pueblos en lugar de liberarlos, siendo el precio pagado por contradecir todo lo sugerido por el cristianismo. Alberto Orlandini escribió: “La URSS se comportó de modo imperial, y Fidel tuvo el papel de peón, aportando sangre cubana”. “Los asesores soviéticos vivían separados de la población cubana, habitaban viviendas aisladas que dejó la burguesía, tenían transporte propio, compraban en tiendas para extranjeros, e iban a las playas separadas de la gente, un verdadero apartheid”.

Los imperios que desconocen la naturaleza humana son denominados “gigantes con pies de barro”, por cuanto sus objetivos resultan opuestos a los que vienen implícitos en la ley natural, con el correspondiente sufrimiento padecido por las involuntarias víctimas de la revolución social. El citado autor agrega: “Los sovietólogos estadounidenses se sorprendieron ante el derrumbe de la URSS desde adentro. La caída de la URSS no fue provocada por los servicios de inteligencia de EEUU, se derrumbaron por la errónea concepción de querer dirigir la economía por el Estado, la falta de entusiasmo, creatividad e incentivos de los trabajadores, el déficit habitacional, la miseria de la alimentación, la mala calidad de los electrodomésticos y de los automóviles, la pobreza de la cultura y la corrupción. Las únicas cosas que la URSS producía con calidad eran armas. Desde la época de Stalin se privilegió a los ingenieros y constructores de armamento y aviones” ” (De “Memorias de un médico argentino en Cuba”-Editorial Dunken-Buenos Aires 2014).

Las crisis que afrontan las sociedades actuales se deben principalmente al reemplazo de la búsqueda de una finalidad de la vida por la búsqueda del progreso material. Fulton J. Sheen escribió: “La tercera idea que se está liquidando hoy es el racionalismo, entendido en el sentido de que la finalidad suprema de la vida no es el descubrimiento de su sentido y objetivo, sino solamente el logro de nuevos progresos técnicos para hacer de este mundo una ciudad del hombre que desaloje a la Ciudad de Dios. El racionalismo bien entendido es la razón preocupada por los medios y los fines para llegar a un objetivo; el racionalismo moderno es la razón interesada por los medios con exclusión de los fines. Esto se justificó sobre la base de que el progreso tornaba imposible los fines. El resultado fue que el hombre, en vez de avanzar hacia un ideal, cambió de ideal y llamó al nuevo progreso”.

“La reacción se ha operado y el hombre que abandonó su razón al servicio adecuado del término, descubre que el Estado se ha asegurado su prioridad como razón planificadora, de modo que ahora no hay más razón que la del Estado, lo cual es fascismo, o la razón de clase, que es el comunismo, como hubo antaño la razón de raza, que era el nazismo. Otras manifestaciones de irracionalismo aparecen en el freudismo, que hace del subconsciente el principio determinante de la vida, o el marxismo, que suplanta a la razón por el determinismo histórico, o en la astrología, que culpa a las estrellas” (De “El comunismo y la conciencia occidental”-Editora Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1961).

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