domingo, 29 de marzo de 2015

La conversión religiosa

El proceso de conversión religiosa implica una previa apertura mental de tipo intelectual hasta que se llega al momento concreto en que se adquiere la idea básica, o la intuición adecuada, que provoca en el individuo un cambio esencial en su vida. Puede considerarse análogo al proceso de invención científica en el cual, luego de bastante tiempo de pensar sobre algún aspecto de la realidad, surge la idea que clarifica totalmente el pensamiento permitiendo llegar al nuevo conocimiento.

Una de las conversiones relatadas por los historiadores, es la del físico y matemático Blaise Pascal, en la cual puede distinguirse una etapa de conversión intelectual seguida de una experiencia calificada como mística, en una etapa posterior de su vida. Morris Bishop escribió: “En su vida de Blaise, afirma Gilberte que, desde el día de su conversión, Blaise abandonó por completo toda investigación y dio de lado a todo para dedicarse exclusivamente a la sola cosa que Jesucristo llama necesaria. Pero, no es ello del todo cierto”. “Su primera conversión no fue, por tanto, de efectos permanentes. Tal vez pensara en su propia experiencia incompleta cuando decía: «Con frecuencia los hombres confunden a sus imaginaciones con sus corazones, y creen que se han convertido en cuanto piensan que debieran convertirse»”.

En el simbolismo bíblico, “nacer de nuevo” implica la ocurrencia de una conversión religiosa, ya que se nace a la vida espiritual o ética, de ahí la descripción de la segunda conversión de Pascal: “El Pascal de más talla, el poeta y consejero, nació el 23 de noviembre de 1654. Aquella noche, bajó Dios envuelto en fuego y habló con Pascal por espacio de dos horas. Por la gracia de tal noche, a él descendida, se liberó Pascal para siempre de la servidumbre de la corrupción, desprendióse del antiguo hombre de carne y hueso, y surgió en él un hombre todo rectitud. Del fuego de aquella noche salió hecho una criatura diferente, seguro de haber nacido de nuevo a la luz.” (De “Pascal”-Editorial Hermes-México 1959).

Puede decirse que el cristianismo adquiere su importancia y difusión por la ocurrencia de un hecho con bajas probabilidades de acontecer, tal la conversión del emperador Constantino y la posterior adopción por parte del Imperio Romano. Su madre era cristiana y de ahí, seguramente, le llega la primera influencia. Si su madre no lo hubiese sido, posiblemente la historia de la humanidad habría sido distinta. Will Durant escribió: “La tarde anterior a la batalla, dice Eusebio, Constantino vio en el cielo una cruz flamígera con las palabras griegas «en toutoi nika», «vence con este signo». En la madrugada siguiente, Constantino oyó en sueños una voz que le ordenaba hacer que sus soldados marcasen en sus escudos la letra X cruzada por una línea recta doblada en la parte superior: el símbolo de Cristo. En cuanto se levantó del lecho obedeció el mandato y luego avanzó hacia la primera fila de batalla detrás de un estandarte (desde entonces llamado labarum) en el que aparecían las iniciales de Cristo entrelazadas con una cruz”. “Constantino ganó la batalla del puente. El vencedor entró en Roma aclamado como indiscutido señor de Occidente”.

“¿Fue sincera esta conversión? ¿Fue un acto de fe religiosa o un golpe maestro de habilidad política? Lo más probable es lo segundo. Su madre Helena se había hecho cristiana cuando Constancio [padre de Constantino] la repudió; cabe pensar que habría hecho conocer a su hijo las excelencias del modo de vida cristiano; y, sin duda, en el ánimo de Constantino habían causado fuerte impresión las constantes victorias que alcanzaron sus armas bajo la bandera y la cruz de Cristo” (De “César y Cristo”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1967).

La adopción del cristianismo por parte de los romanos, en cierta forma “obligados” por decisión de su emperador, puede considerarse como una conversión religiosa masiva. Si bien una decisión bajo presión exterior no parece tener un sólido fundamento, al menos el hábito y la actitud hacia la nueva religión fue imponiendo su influencia en los pueblos occidentales de la antigüedad. En cuanto a la voz escuchada por Constantino, podemos citar una expresión de Thomas Hobbes: “Decir que Dios le hablaba en sueños no es lo mismo a decir que soñaba en que Dios le hablaba”.

Debido al orden jerárquico existente en Roma, no resulta llamativo que el emperador haya interpretado que Dios lo había llamado personalmente. Tal actitud, sin embargo, se encuentra frecuentemente en las sociedades actuales en las que se justifican adhesiones religiosas aduciendo “haber escuchado el llamado de Dios”. Habrá otros creyentes que no son llamados y otro sector, el de los ateos, no creyentes y demás, que no lo serán nunca, constituyendo la categoría espiritual inferior de la sociedad. Este es uno de los casos que favorece la discriminación religiosa que promueve el alejamiento de la gente de las Iglesias. Los “elegidos”, por lo general, poco tienen en cuenta el prioritario “Amarás al prójimo como a ti mismo”, por lo que ignoran la esencia misma de su religión, ya que al ateo o al no creyente no se lo considera como prójimo. Blaise Pascal escribió:

“La vanidad está tan arraigada en el corazón del hombre, que un soldado, un sirviente de soldado, un cocinero, un mozo de cuerda se jacta de ello y se perece por tener admiradores; también los codician los filósofos; y los que escriben contra la vanidad quieren lograr la fama de haber escrito bien; y los lectores desean el prestigio de haberles leído, y yo mismo que esto escribo tal vez tengo tal deseo; y acaso los que esto lean…..” (De “Pensamientos”).

El criterio para identificar al creyente convertido es el mismo que el empleado para distinguir la verdadera felicidad de la falsa, siendo la verdadera la que puede transmitirse a los demás mientras que la falsa tan sólo puede mostrarse a los demás. La identidad de ambos atributos en el hombre se manifiesta en la actitud que nos permite compartir las penas y las alegrías ajenas, ya que implica aceptar la prioridad cristiana y a la vez haber encontrado el camino hacia la felicidad.

Para Wolfgang Goethe, el problema esencial de la humanidad radica en la cuestión religiosa, por lo que escribió: “El verdadero, único y más hondo tema de la historia del mundo y de la Humanidad, al cual están subordinados todos los demás, es el conflicto entre la incredulidad y la fe”. Quien “soluciona” de manera original este conflicto, es uno de los fundadores de cálculo de probabilidades, Blaise Pascal. Para ello supone que el hombre, al desconocer la existencia, o no, de Dios, debe proceder a evaluar distintas posibilidades para actuar de manera de adoptar la que le resulte más beneficiosa. De ahí que presenta las distintas opciones:

I) Apostamos a que Dios existe

Consecuencias posibles: a) Si Dios existe, lo ganamos todo. b) Si Dios no existe, no perdemos nada

II) Apostamos a que Dios no existe:

Consecuencias posibles: a) Si Dios existe, lo perdemos todo. b) Si Dios no existe, no ganamos nada

Observamos que la decisión más inteligente es la de apostar a favor de la existencia de Dios, adoptando, por supuesto, los mandamientos éticos que provienen de la religión.

Es oportuno decir que tal conflicto, entre incredulidad y fe, sólo existe en el caso de quienes adoptan una postura filosófica mediante la cual ven al mundo como un orden dirigido exteriormente por el propio Creador, tal la actitud del creyente, mientras que quien no adhiere a esa postura sería el incrédulo. En el caso de la postura filosófica en la cual se acepta la existencia de un orden natural autoorganizado, al cual nos debemos adaptar, el problema señalado por Goethe se traduce a un problema más sencillo; el que separa el conocimiento de la ignorancia. El que advierte un universo en el que todo está regido por leyes naturales invariantes, incluida nuestra propia mente, sólo le queda la opción de adaptarse a esas leyes, o bien desconocerlas. También existirán, por supuesto, quienes desconfían, o no aceptan, la visión que proviene de la ciencia. Sin embargo, por ambos caminos puede llegarse a una conclusión ética similar, tal la adopción de la actitud cooperativa del amor. La conversión religiosa del deísta resulta ser esencialmente intelectual.

La tarea esencial de la Iglesia es la de lograr la conversión masiva de la sociedad pero, para ello, debe lograr que se produzca una conversión secundaria luego de que cada convertido por el pastor transmita su estado de felicidad para que otros sigan el mismo camino. Es oportuno advertir que, con el método de la religión tradicional, o teísta, quedarán necesariamente excluidos de tal posibilidad tanto los que sostienen una visión científica del mundo como quienes, tradicionalmente, pertenecen a otras religiones. De ahí las ventajas de la religión natural, o deísmo, ya que su método y su contenido tienen validez universal.

La religión universal ha de tener evidentemente un carácter público, antes que privado. Justamente, las ideologías totalitarias han propagado la idea de que la religión es algo de validez y de trascendencia personal, antes que social, por cuanto se trataría de algo subjetivo que poco tiene que ver con la realidad, lo que en muchos casos es cierto. Sin embargo, si nos atenemos a las leyes naturales que rigen nuestra conducta, advertiremos la existencia de una ética implícita en ellas. La religión, como medio para la “unión de los adeptos”, debe ser pública y universal para ser, precisamente, religión. Podemos sintetizar la situación:

a) Religión de validez personal: al no tener trascendencia social, no debe considerarse como religión, cualquier sea la razón que impida dicha trascendencia
b) Religión de validez sectorial: al no tener un fundamento científico, o al ignorar que lo tiene, admite una trascendencia social limitada, generando conflictos
c) Religión de validez universal: la que se fundamenta en la ley natural asociada a atributos observables del hombre que son adoptados como punto de partida para la descripción de su comportamiento social

Si bien la influencia del marxismo ha ido decayendo a partir de su ineficacia económica, aun sigue vigente como ideología que predica el odio y descalifica a la religión, excepto cuando acepta colocarse un disfraz religioso para introducirse en sociedades tradicionales. Todavía esperamos la segunda caída del Muro de Berlín. Los difusores de la ética cristiana, al tratar de prescindir de las ciencias sociales como un fundamento adicional, consiguen “obsequiarle” nada menos que el fundamento científico al enemigo que pretende destruirla, ya que éste adopta, justamente, el disfraz científico aunque cada vez engañe a una menor cantidad de personas.

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