lunes, 30 de marzo de 2015

La revolución interior

En cuestiones humanas y sociales, se entiende por revolución al cambio que se produce en un individuo, o en la sociedad, y por el cual dejan de ser lo que son y comienzan a ser otra cosa. Si se trata de un cambio individual favorecido por una prédica religiosa, se habla entonces de una conversión. Por lo general, se buscan mejoras bajo dos alternativas posibles:

a) A partir de la mejora individual se busca, además, la social
b) A partir de la mejora social se busca, además, la individual

La primera alternativa caracteriza al cristianismo, ya que busca la conversión de pecadores en justos, para que en ellos reine la justicia de Dios a través de sus leyes. Augusto Cury escribió: “Cristo tenía conocimiento de la miseria social del ser humano y de la ansiedad que estaba en la base de su supervivencia. Quería sinceramente aliviar esa carga de ansiedad y tensión que cargamos a lo largo de nuestras vidas. Aunque tenía plena consciencia de la angustia social y del autoritarismo político que las personas vivían en su época, él detectaba una miseria más profunda que la sociopolítica, una miseria presente en lo más íntimo del ser humano y fuente de todas las otras miserias e injusticias humanas”.

“Actuaba poco sobre los síntomas: su deseo era atacar las causas fundamentales de los problemas psicosociales de la especie humana. Por eso, al estudiar su propósito más ardiente, comprendemos que su revolución era en lo íntimo del hombre, y no en la política. Un cambio que se inicia en el espíritu humano y se expande por toda su psique renovando su mente, expandiendo su inteligencia, transformando íntimamente la manera en la cual el ser humano se comprende a sí mismo y el mundo que lo rodea, garantizando así un cambio psíquico y social estable”.

“Cristo predicaba que solamente por medio de esa revolución silenciosa e íntima seríamos capaces de vencer la paranoia del materialismo no inteligente y del individualismo y desarrollar los sentimientos más altruistas de la inteligencia, como la solidaridad, la cooperación social, la preocupación por el dolor de los demás, el placer contemplativo, el amor como fundamento de las relaciones sociales” (De “El Maestro de maestros”-Grupo Nelson-Nashville 2008).

El mensaje cristiano excluye otras sugerencias éticas. Y ello se debe a que tiene en cuenta las posibles respuestas del hombre en distintas situaciones y elige la mejor de ellas, o la que mejores resultados produce. Así, supongamos el caso de una persona que sufre algún percance o alguna enfermedad. Las posibles respuestas serán: a) Se comparte ese dolor, b) Se responde con indiferencia, c) Se recibe con alegría. Y ante una situación de alegría: a) Se comparte esa alegría, b) Se responde con indiferencia, c) Se recibe con tristeza.

Adviértase que en ambos casos se han mencionado todas las respuestas posibles que se producirán en las restantes personas, aunque con distintas intensidades emocionales. Como el amor al prójimo implica compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, una vez que se ha enunciado el mandamiento respectivo, resulta ser el único camino para encontrar la felicidad y para cumplir con la aparente voluntad del Creador, o la finalidad implícita en el orden natural. Sin embargo, desde la filosofía y desde las ciencias sociales, al buscarse una ética elaborada por “métodos terrestres”, se deja de lado algo tan simple y evidente. Adviértase que el mandamiento del amor al prójimo es tan fácil de comprender como difícil de poner en práctica, debido precisamente a su generalidad.

Las distintas éticas propuestas son consecuencias de las diversas posturas filosóficas establecidas; de ahí la síntesis enunciada por Wilhelm Dilthey:

1) La metafísica de la razón ética universal y el principio de la acción moral en un Reino de Dios
2) La metafísica de la razón contemplativa y el principio de la negación del mundo
3) La metafísica de las fuerzas conformantes y el principio de la autoconservación
4) La metafísica del materialismo y el principio de la animalidad
(De “Sistema de la ética”-Editorial Nova-Buenos Aires 1973).

La ética cristiana, si bien se adapta a la primera de las posturas mencionadas, puede prescindir de cualquier perspectiva filosófica ya que implica ciertamente una simple elección entre el bien y el mal surgida ante lo evidente y el sentido común.

Al existir en el hombre una tendencia a competir, debe orientarse tal competencia hacia uno mismo, como la del deportista que mejora sus marcas sin pensar tanto en los demás. La competencia constructiva y exitosa exige lo máximo de cada uno, mientras que la competencia destructiva tiene en cuenta al adversario sin tener un parámetro de comparación propio, u objetivo, que le permita superarse cada día. De ahí que sea tan importante el acierto propio como el error o la debilidad del adversario. En cuestiones éticas, tal parámetro de referencia será nuestra capacidad de compartir las penas y las alegrías de los demás.

En nuestra época, se hace necesario despojar de símbolos al mensaje religioso traduciéndolo al lenguaje científico; no para suplantarlo, sino para fortalecerlo. A quienes se oponen a tal alternativa sosteniendo una postura tradicionalista, se les puede preguntar si estiman que los resultados de la difusión actual del cristianismo resultan adecuados a las necesidades de la sociedad.

Las ciencias sociales admiten la posibilidad de esa traducción, tal el caso de la Psicología Social, cuya finalidad es la descripción de los efectos que las distintas ideas o creencias producen. Edwin Hollander escribió: “El carácter distintivo de la Psicología Social surge de dos factores fundamentales: primero, su interés en el individuo como participante en las relaciones sociales; segundo, la singular importancia que atribuye a la comprensión de los procesos de influencia social subyacentes bajo tales relaciones” (De “Principios y métodos de psicología social”-Amorrortu Editores SA-Buenos Aires 1968).

En el caso de la Sociología, existen las dos alternativas mencionadas en un principio, es decir, de describir al individuo partiendo de la sociedad, o bien de describir la sociedad a partir del individuo como instancias previas al cambio. Emile Durkheim, la figura representativa de la primera alternativa, escribió: “La sociedad no es mera suma de individuos, sino que el sistema formado por su asociación representa una realidad que tiene características propias”. Raymond Boudon, por su parte, adhiere a una postura próxima a la adoptada por la Psicología Social, escribiendo: “Para explicar un fenómeno social cualquiera (sea éste atinente a la demografía, a la ciencia política, a la sociología o a cualquier otra ciencia específica), es indispensable reconstruir las motivaciones de los individuos involucrados en el fenómeno en cuestión, y percibir este fenómeno como resultado de la sumatoria de los comportamientos individuales dictados por esas mismas motivaciones” (Citas en “Las nuevas sociologías” de Philippe Corcuff-Siglo Veintiuno Editores-Buenos Aires 2014).

La principal oposición al cambio social por medio de la revolución interior, es la sostenida por los impulsores de revolución social, en la que promueven la violencia entre el sector “inocente” respecto del “culpable”. Se trata que el individuo pierda o renuncie luego a sus objetivos y atributos personales para ser absorbidos por un colectivismo impuesto por la clase social triunfante luego de una ardua contienda. Quienes promueven la revolución social, aducen por lo general la búsqueda de la liberación respecto de algún imperialismo que oprime al individuo. Sin embargo, olvidan los éxitos que en ese sentido obtuvo el Mahatma Gandhi, quien liberó a la India utilizando principalmente métodos pacíficos orientados al individuo. Por el contrario, quienes promovieron el colectivismo lograron como resultado esclavizar a sus propios pueblos en lugar de liberarlos, siendo el precio pagado por contradecir todo lo sugerido por el cristianismo. Alberto Orlandini escribió: “La URSS se comportó de modo imperial, y Fidel tuvo el papel de peón, aportando sangre cubana”. “Los asesores soviéticos vivían separados de la población cubana, habitaban viviendas aisladas que dejó la burguesía, tenían transporte propio, compraban en tiendas para extranjeros, e iban a las playas separadas de la gente, un verdadero apartheid”.

Los imperios que desconocen la naturaleza humana son denominados “gigantes con pies de barro”, por cuanto sus objetivos resultan opuestos a los que vienen implícitos en la ley natural, con el correspondiente sufrimiento padecido por las involuntarias víctimas de la revolución social. El citado autor agrega: “Los sovietólogos estadounidenses se sorprendieron ante el derrumbe de la URSS desde adentro. La caída de la URSS no fue provocada por los servicios de inteligencia de EEUU, se derrumbaron por la errónea concepción de querer dirigir la economía por el Estado, la falta de entusiasmo, creatividad e incentivos de los trabajadores, el déficit habitacional, la miseria de la alimentación, la mala calidad de los electrodomésticos y de los automóviles, la pobreza de la cultura y la corrupción. Las únicas cosas que la URSS producía con calidad eran armas. Desde la época de Stalin se privilegió a los ingenieros y constructores de armamento y aviones” ” (De “Memorias de un médico argentino en Cuba”-Editorial Dunken-Buenos Aires 2014).

Las crisis que afrontan las sociedades actuales se deben principalmente al reemplazo de la búsqueda de una finalidad de la vida por la búsqueda del progreso material. Fulton J. Sheen escribió: “La tercera idea que se está liquidando hoy es el racionalismo, entendido en el sentido de que la finalidad suprema de la vida no es el descubrimiento de su sentido y objetivo, sino solamente el logro de nuevos progresos técnicos para hacer de este mundo una ciudad del hombre que desaloje a la Ciudad de Dios. El racionalismo bien entendido es la razón preocupada por los medios y los fines para llegar a un objetivo; el racionalismo moderno es la razón interesada por los medios con exclusión de los fines. Esto se justificó sobre la base de que el progreso tornaba imposible los fines. El resultado fue que el hombre, en vez de avanzar hacia un ideal, cambió de ideal y llamó al nuevo progreso”.

“La reacción se ha operado y el hombre que abandonó su razón al servicio adecuado del término, descubre que el Estado se ha asegurado su prioridad como razón planificadora, de modo que ahora no hay más razón que la del Estado, lo cual es fascismo, o la razón de clase, que es el comunismo, como hubo antaño la razón de raza, que era el nazismo. Otras manifestaciones de irracionalismo aparecen en el freudismo, que hace del subconsciente el principio determinante de la vida, o el marxismo, que suplanta a la razón por el determinismo histórico, o en la astrología, que culpa a las estrellas” (De “El comunismo y la conciencia occidental”-Editora Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1961).

Libre examen y subversión

El surgimiento del protestantismo trajo asociada la propuesta del Libre Examen, esto es, la posibilidad de una interpretación libre de las Sagradas Escrituras sin atenerse a las directivas provenientes de la Iglesia Católica. Teniendo presente el principio de que “todos los extremos son malos”, puede decirse que no es lo ideal que un individuo pierda su libertad de pensamiento para someterse a la autoridad intelectual de otros hombres como tampoco es lo ideal que cada uno interprete y piense de la Biblia lo que le venga en ganas. Jordán Bruno Genta escribió: “Le debemos a Lutero la primera Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, esto es, del Libre Examen aplicado a las cosas de Dios: «Libertad del individuo y derecho de cada cual a guiarse por la experiencia de su propio espíritu…Si has recibido la Palabra por la Fe, considera cumplidos todos los preceptos y considérate a ti mismo libre en todo…Todos los sacramentos quedan entregados a tu libertad personal»” (De “Libre examen y comunismo”-Ediciones Dictio-Buenos Aires 1976).

En realidad, si uno concurre a cualquier congregación protestante y propone practicar el “libre examen” de lo que allí se dice, pronto le sugerirán que se vaya a otra congregación en la que uno pueda adaptarse mejor a la “libre interpretación” de la Biblia. Por lo general, se busca la disolución de la autoridad, en una primera etapa en la que surge el caos, para ser suplantada luego por otra nueva. El citado autor agrega: “La subversión de lo divino y sobrenatural promovido por la dialéctica del Libre Examen tenía que continuarse necesariamente con el arrasamiento de todas las distinciones y jerarquías naturales en lo político y social, tal como nos ilustra el sutil ingenio de Juan Luis Vives: «¿Qué diré de la dignidad, del honor, del Imperio? Suprime hoy los senadores, los cónsules, el príncipe y mañana existirán por cada doce senadores suprimidos, doce mil; por cada dos cónsules, dos mil: y mil príncipes por el que suprimieras»”. “Y por esta pendiente se llega finalmente a la negación de la Propiedad Privada, la distinción y jerarquía externas de la persona y sostén de la libertad familiar”.

Juan Luis Vives advertía sobre los efectos del Libre Examen ya en 1535: “En otro tiempo, en Alemania, las cosas de la piedad estaban de tal suerte constituidas que se mantenían firmes y estables…Mas alguien advino que se atrevió a discutir algunas, al principio moderada y medrosamente, muy luego sin rebozo…para negarlas, suprimirlas o rechazarlas, mostrando tanta seguridad como si el objeto hubiese bajado del cielo conociendo los secretos designios de Dios, o se tratase de coser un zapato o un vestido…De las discrepancias de opiniones surgió la discordia de la vida…y entonces, a los que habían suscitado la guerra en el fementido nombre de libertad e injustísima igualdad de los inferiores con los superiores sucedieron los que decretaron, pidieron y exigieron no ya aquella igualdad, sino la comunidad de todos los bienes”.

“Crea, pues, hombres nuevos y entonces esa República de Platón, no solamente zaherida por los filósofos sino rechazada por la naturaleza misma de las cosas, podría tener existencia. Porque con los hombres tales como son y con las pasiones que les mueven, en vez de la comunidad se obtendrán odios, discusiones, pendencias, contiendas y guerras, ya que nuestra naturaleza repudia la comunidad de bienes, la rehúye, la repele” (“De la comunidad de los bienes”).

La actitud de protestantismo contempla la “justificación por la Fe”, antes que por las obras, lo que en cierta forma transforma la religión ética en una religión contemplativa. Jordán Bruno Genta escribe al respecto: “Lutero es también el precursor del hombre nuevo, con su famosa tesis de la justificación por la sola Fe, sin las obras: de que el hombre no es libre para el bien; y la razón no alcanza verdaderamente lo espiritual”. “Aparentemente hace radicar la salvación en el mérito exclusivo de Cristo; pero, en verdad, divide la ciencia y la vida temporales de la Fe y de la Iglesia de Cristo. Si ya estamos justificados o condenados y nada significan nuestras obras para la salvación o perdición en la eternidad, esta vida de aquí abajo nada tiene que ver con la vida de allá arriba. El único punto de incidencia es la experiencia íntima de la Fe que para lo único que sirve es para la piedra libre del pecado: «Sé pecador, un verdadero pecador, y peca de firme: pero cree más firmemente todavía» (Lutero)”.

Se advierte que la labor destructiva de Lutero no apuntaba sólo a la Iglesia Católica, que ya realizaba su propia tarea autodestructiva, sino al cristianismo, ya que relegar la ética cristiana a un lugar secundario implica su debilitamiento total. La prioridad de la fe sobre las obras, o sobre la conducta, tiende a empeorar a las personas en lugar de mejorarlas. Esto se advierte especialmente en los adolescentes, que por lo general fingen menos que los adultos, cuando cometen errores voluntariamente, en especial cierto trato irrespetuoso hacia los mayores por cuanto creen estar previamente “purificados por el Espíritu Santo”, quien les otorgaría cierta libertad para cometer pecados estando disculpados de antemano por dicha creencia. Es decir, lo que comúnmente se denomina “hipocresía del creyente”, tiene su sustento y justificación en la creencia de la prioridad de la fe a la conducta.

Un impacto similar al provocado por la aparición del protestantismo, se derivó del Concilio Vaticano II (1963 a 1965). Los cambios que se introdujeron fueron abriendo las puertas de la Iglesia a la intromisión del marxismo-leninismo haciéndose evidente que la destrucción de la Iglesia conducía en forma inmediata a la destrucción de la sociedad. La apertura mencionada consistía en la adhesión al pluralismo y a la libertad religiosa mediante los cuales la Iglesia admitía cierta igualdad respecto de otras religiones. Le negaba a Cristo aquello de “Yo soy la verdad, el camino y la vida” por cuanto supone que existe algún camino paralelo al amor al próximo que ha de producir efectos similares en los seres humanos, incluso admite tácitamente que los caminos alternativos pueden ser varios.

Excluyendo las actitudes del fanático que afirma que su propia religión es la mejor y la verdadera, resulta evidente que todas las religiones son distintas y que su seguimiento ha de producir también distintos efectos. De ahí que, en un momento histórico determinado, una de ellas ha de estar más cerca de la verdad que otras y ha de producir mejores efectos que las demás. Cuando un sacerdote católico no está convencido que el cristianismo es la mejor religión, debe dejar los hábitos y dedicarse a otra cosa en lugar de aceptar el pluralismo cuya idea subyacente es que “todas las religiones son iguales” o que “cualquiera de ellas produce similares efectos”. Mons. Marcel Lefebvre escribió: “Dos esquemas habían sido elaborados antes del Concilio Vaticano II en la Comisión Central Preparatoria. Uno, intitulado «De la tolerancia religiosa», era sostenido por el cardenal Ottaviani. Era un texto muy bello, muy ceñido a la doctrina tradicional”. “El otro estaba presentado por el cardenal Bea. Se intitulaba «De la libertad religiosa» y contenía, a mi parecer y al de un número no desdeñable de padres, afirmaciones insostenibles y hasta groseros errores con respecto a la Verdad y a la Iglesia eterna. Por ejemplo, mientras la Iglesia proclamó siempre que no había salvación fuera de Jesucristo, el esquema del cardenal Bea afirmaba que todo hombre, siguiendo simplemente a su conciencia, puede alcanzar su salvación eterna” (De “Sí y no”-Editorial Iction-Buenos Aires 1978).

Los diversos conflictos religiosos se han producido, históricamente, entre los defensores de la verdad en contra de los defensores del error y la mentira, si bien las cosas nunca estuvieron del todo claras respecto a quién poseía la verdad y quién estaba en el error, por lo que el cardenal Agustín Bea supone que quien aduce tener la verdad debe en cierta forma atenuar sus pretensiones de difundirla entre los demás. Al respecto escribió: “En el nivel práctico, puede objetarse que aun garantizada la revelación de Dios, un cuerpo organizado que pretende ser el fiel depositario del mensaje de Dios, o sea la Iglesia Católica, en realidad se convirtió en una entidad monárquica, monolítica, centralizada, que reforzó una especie de férrea disciplina de tipo militar, que sofoca la libertad de pensamiento, de iniciativa y de decisión personal”.

“El principio de la supremacía e infalibilidad papal contiene en sí mismo una teoría absolutista, con las inherentes posibilidades de abuso de autoridad y prácticamente, de tiranía. Además, el presente Concilio sólo alivia el autoritarismo esencial, diluyéndolo un poco. Pero sigue todavía en pie la objeción principal de que la Iglesia Católica pretende someter las conciencias de los hombres, de una manera contraria al pensamiento moderno y a los principios democráticos, que se aceptan cada vez más como normativos, y que son los únicos que mantienen la dignidad y libertad humanas” (De “Unidad en la libertad”-Editorial Troquel-Buenos Aires 1965).

La “dictadura” de los Papas pronto fue cediendo a la de los cardenales hasta llegar el momento de entronarse los propios marxistas-leninistas en lugares claves de la Iglesia. Mons. Marcel Lefebvre escribió: “«Comunistas, ¿qué solicitáis para que podamos tener la felicidad de recibir a algunos representantes de la Iglesia Ortodoxa rusa en el Concilio?, ¡algunos emisarios de la KGB!». La condición exigida por el patriarcado de Moscú fue la siguiente: «No condenéis al Comunismo en el Concilio, no habléis de este tema», y además «manifestad apertura y diálogo hacia nosotros». Y el acuerdo se hizo, la traición fue consumada: «De acuerdo, no condenaremos al comunismo». Esto se ejecutó al pie de la letra; yo mismo llevé, junto con Mons. Proenca Sigaud, una petición con 450 firmas de Padres conciliares al Secretario del Concilio Mons. Felici, pidiendo que el Concilio pronunciara una condenación de la más espantosa técnica de esclavitud de la historia humana, el comunismo. Después, como nada ocurría, pregunté qué había sido de nuestro pedido. Buscaron y finalmente me respondieron con una desenvoltura que me dejó estupefacto: «Oh, su pedido se extravió en un cajón…». Y no se condenó al comunismo; o más bien, el Concilio cuya intención era discernir los «signos de los tiempos», fue condenado por Moscú a guardar silencio sobre el más evidente y monstruoso de los Signos de estos tiempos!”. “Está claro que hubo en el Concilio Vaticano II un entendimiento con los enemigos de la Iglesia, para terminar con la hostilidad existente hacia ellos. ¡Es un entendimiento con el diablo!” (De “Le destronaron”-Ediciones San Pío X-Buenos Aires 1987).

De la misma manera en que la Iglesia Católica pidió disculpas ante los reiterados abusos sexuales cometidos por algunos de sus sacerdotes, debe también hacerlo por los asesinatos de miles de victimas inocentes inducidos por curas marxistas-leninistas, como principales promotores ideológicos de la subversión. Sólo de esa manera demostrará la Iglesia que aun le queda algo de la dignidad de otras épocas, o de la que debería haber tenido.

domingo, 29 de marzo de 2015

Del Dios Padre al Estado paternalista

La teología, en un sentido amplio, es el estudio acerca de Dios a lo largo de la historia y en los distintos pueblos. Los atributos con los que se caracteriza al Creador de todo lo existente difieren en cada caso ya que se hace referencia a un ente invisible que, sin embargo, determina el destino de la vida de cada hombre y de cada pueblo, dando sentido a la expresión de William James: “Dios es real porque produce efectos reales”.

Las distintas actitudes adoptadas frente a Dios surgen de una previa asignación de atributos conferidos. Así, quienes le asocian la imagen de un Dios justiciero que castiga a los hombres cuando éstos no responden a sus mandatos, como ocurre en el Antiguo Testamento, adoptan una actitud temerosa ante la idea siempre presente de los riesgos que corren ante una desobediencia o una infidelidad. En el otro extremo, quienes suponen que no existe algo parecido a un Dios con atributos humanos ni tampoco un orden natural que nos involucra, posiblemente intentarán ocupar su lugar diseñando ordenamientos artificiales pretendiendo imponerlos a los demás.

Cada imagen que se ha hecho de Dios, como se dijo, genera una distinta actitud en cada hombre, conduciendo a un orden social emergente que podrá evaluarse según sus resultados. De ahí que la mejor idea de Dios será la que produzca los mejores individuos y la mejor sociedad. Al menos esta posibilidad sirve para descartar propuestas cuyos efectos sean opuestos a los buscados. Los seres humanos tienden a unirse cuando coinciden en los atributos conferidos a Dios y tienden a rechazarse cuando difieren, ya que las respuestas individuales tenderán a ser diferentes.

Algunos autores ven en las coincidencias la posibilidad de agruparse para pretender luego imponer su religión a los demás pueblos produciendo efectos similares a los que provoca todo nacionalismo. Fedor Dostoievsky escribió a través de uno de sus personajes literarios: “El pueblo es el cuerpo de Dios. Toda nación sólo se conserva como tal mientras tiene su dios propio, y a todos los demás dioses del mundo los excluye sin excepción alguna; mientras, cree que con su dios ha de vencer y echar del mundo a todos los demás dioses. Así han creído todas, desde el principio de los tiempos, todas las grandes naciones; por lo menos, todas las que por algo han descollado, todas las que se han puesto a la cabeza de la humanidad. Contra los hechos es imposible arremeter”.

“Los hebreos vivieron únicamente para aguardar al dios verdadero. Los griegos divinizaron la Naturaleza y legaron al mundo su religión, es decir, la filosofía y el arte. Roma divinizó la nación en el imperio, y dejó a las naciones el imperio. Francia, en el curso de toda su larga historia, fue solamente la encarnación y desarrollo de la idea del dios romano, y cayó en el ateísmo, que ellos llaman socialismo sólo porque el ateísmo es, a pesar de todo, mejor que el catolicismo romano”.

“Cuando una gran nación no cree que sólo ella posee la verdad (sólo ella, y sólo ella exclusivamente), si no cree que es la única capacitada y predestinada para resucitar y salvar a todos por medio de su verdad, en seguida se convierte en un material etnográfico, pero deja de ser una gran nación. Una verdadera gran nación nunca puede avenirse al papel secundario, sino irremisible y exclusivamente al primero. La nación que pierde esa fe, deja de ser nación. Pero la verdad es una, y, por lo tanto, una sola de las naciones puede poseer al dios verdadero, aunque las demás tengan también sus dioses propios y grandes. La única nación «deífera»….es la nación rusa” (Citado en “El nacionalismo” de Hans Hohn-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 1966).

Si cada pueblo propone un dios y luego se evalúan sus efectos, la teología adopta una postura similar al resto de las ramas de la ciencia experimental ya que luego se seleccionará, mediante prueba y error, la religión que mejor nos adapte al mundo real. Para ello deberá tenerse presente la existencia de lo único concreto y objetivo que disponemos para llegar a una decisión afortunada; las leyes naturales invariantes que rigen todos y cada uno de los rincones de nuestro universo, incluidos nosotros mismos. William James escribió: “Resumiendo a grandes trazos las características de la vida religiosa, incluyen las siguientes creencias:

1- Que el mundo visible constituye una parte de un universo más espiritual del que extrae su sentido esencial.
2- Que la unión o la relación armónica con este universo superior es nuestro verdadero objetivo.
3- Que la plegaria o la comunión íntima con el espíritu trascendente, ya sea «Dios» o «ley», constituye un proceso donde el fin se cumple realmente, y la energía espiritual emerge y produce resultados precisos, psicológicos o materiales en el mundo fenomenológico.

La religión incluye también las características psicológicas siguientes:

4- Un entusiasmo nuevo que se agrega a la vida en calidad de un don o presente, tomando la forma de encantamiento lírico o llamada a la honradez y al heroísmo.
5- Una seguridad y sensación de paz, y, en relación con los demás, una preponderancia de sentimientos amorosos (De “Las variedades de la experiencia religiosa”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1994).

La vida religiosa y los modelos de Dios propuestos surgen de necesidades espirituales primarias. Así como el alimento para el cuerpo es imprescindible para nuestra supervivencia, también lo es el alimento espiritual. En cuanto a las “raíces de la religiosidad”, J. Ma. Rovira Belloso menciona las siguientes:

1- La religión es el sentimiento de la absoluta dependencia: “Friedrich Schleiermacher más que una teoría del origen de la religión intenta una definición de la misma”.
2- La religión brota del desvalimiento que desea la protección del padre: Sigmund Freud escribió: “Dios es la superación del Padre, y la necesidad de una instancia protectora –la nostalgia de un padre- es la raíz de la necesidad religiosa” (“El Porvenir de una ilusión”).
3- La religión como expresión de la estructura autoconsciente y relacional de la persona: para Romain Rolland “esta fuente última de lo religioso es la «sensación de eternidad», una experiencia esencialmente subjetiva: “un sentimiento como de algo sin límites ni barreras, en cierto modo «oceánico»”.
4- La religión es el “suspiro de la criatura oprimida”: “La miseria religiosa es, por una parte, expresión de la miseria real y, por otra, la persona contra la miseria real. La religión es el suspiro de la persona oprimida, el alma de un mundo sin corazón, al igual que es el espíritu de un mundo en el que el espíritu está excluido. Es el opio del pueblo (Karl Marx)” (Citas de “Revelación de Dios, Salvación del hombre” de J. Ma. Rovira Belloso-Ediciones Secretariado Trinitario-Salamanca 1979).

Podría agregarse otra raíz de la religiosidad:

5- Encontrar un sentido de la vida: “Entre los siglos 800 y 300 AC, en el periodo que los historiadores denominan era axial, la busca del sentido de la vida giró en torno a figuras como Buda, Sócrates, Confucio y Jeremías, todos los cuales compartían la idea de que la vida tiene una dimensión trascendente o espiritual, a la que ellos intentaban dar forma por primera vez” (De “50 cosas que hay que saber sobre Religión” de Peter Stanford-Ariel-Buenos Aires 2013).

Una opinión influyente ha sido la de Marx; para quien la religión no es más que un calmante que se utiliza para encubrir los verdaderos síntomas de enfermedad espiritual, o del sufrimiento humano, por lo que estima que el verdadero remedio consiste en la abolición de la propiedad privada de los medios de producción. En cierta forma supone que cubiertas las necesidades primarias para el cuerpo (alimentos) las demás vendrán por añadidura. Esto contrasta con lo expresado por Cristo: “Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”. A partir de la idea de Freud acerca de la necesidad de protección de tipo paternalista junto a la idea de las necesidades primarias de Marx, se ha propuesto el cambio de la religión en la que predomina la idea de un Dios Padre, que cubre tanto las necesidades espirituales como materiales del hombre, a un Estado paternalista (el socialismo) que lo reemplazaría con mayor eficacia. De ahí que varios autores consideran al marxismo-leninismo como una “religión” adicional.

La “nueva religión atea” se instala primeramente en la nación que pretendía lograr trascendencia mediante la idea de cierto mesianismo. Como ha resultado típico en el marxismo-leninismo, siempre trató de infiltrarse en algún sector o actividad que muestra debilidades, para deformarlos y para amoldarlos a sus propios fines. Alfredo Sáenz escribió: “El marxismo es enemigo frontal de la religión. El odio al misterio, la lucha contra el misterio, he ahí el pathos que lo dinamiza. Su filosofía, esclava del tiempo presente, no medita jamás sobre el sentido del sufrimiento y de la muerte, sobre el minusvalor de lo efímero, sobre la eternidad. Sin embargo su lucha no es la de un ateo escéptico, sino la de un creyente invertido, la del que cree….pero en la antirreligión”. “Lo que intenta es elaborar una especie de teología al revés, una teología del más acá en donde el Hombre venga a ocupar el lugar de Dios. En el fondo no hay ateísmo sino antiteísmo. Marx no prescindirá de la religión sino que construirá una religión al revés” (De “De la Rus’ de Vladímir al «hombre nuevo» soviético”-Ediciones Gladius-Buenos Aires 1989).

En cuanto a la búsqueda de la eternidad, Ortega y Gasset, en cierta oportunidad, expresó que “muchos no saben qué hacer con su tiempo mientras esperan una vida ilimitada”. Matthew Alper escribió: “¿Qué metas o motivaciones podríamos tener en la eternidad? ¿Qué importancia tendrían las cosas? Eventualmente, las horas, los años y los eones se difuminarían haciendo que la existencia fuera una aventura en la oscuridad. Sería como una carrera sin meta, sin ganadores, sin perdedores, sin nada…Sería existir por existir. En ese caso, ¿no nos haría perder el interés, disminuir el ritmo, y dejar de esforzarnos para obtener logros? ¿Qué significado tendrían? Tal vez sea mejor que las cosas sean de este modo; es mejor arder fuerte y rápido que apagarse lentamente. Si no existiera la muerte, quizá la vida perdería su atractivo y su significado. Puede que sí, o puede que no. Tal vez sólo esté intentando racionalizar mi temor subconsciente a mi desaparición inevitable” (De “Dios está en el cerebro”-Grupo Editorial Norma-Bogotá 2008).

Todo parece indicar que la religión que mejores resultados produce es la que le permite a cada individuo desarrollar todas sus potencialidades bajo la sensación de libertad, mientras que la que peores resultados produce es la que le sugiere relegar sus decisiones y responsabilidades al Dios que interviene en los acontecimientos humanos.

Tradicionalistas vs. progresistas en la Iglesia

Alguna vez se refirió Pablo VI a la situación de la Iglesia afirmando que estaba en una etapa de “autodemolición” mientras que, en años recientes, Benedicto XVI afirmaba que “la Iglesia está llena de soberbia y porquería”. La “autodemolición” tiene como principal protagonista al sector progresista que trata de imponer cambios sustanciales, aceptando tácitamente que la Iglesia estuvo en el pasado plagada de errores, mientras que el sector tradicionalista niega tal postura y se opone a cambios sustanciales. La gravedad de la situación deriva del hecho de que el progresismo eclesiástico se ha identificado con el marxismo-leninismo, dejando de lado el cristianismo.

Experiencias realizadas en psicología social permiten estimar en un 10% de los integrantes de un grupo la cantidad de personas poco influenciables, en oposición a una mayoría capaz de adherir a posturas o acciones totalmente reñidas con la ética elemental. De ahí que en instituciones basadas en la fe, y no tanto en el razonamiento, no resulte extraño que puedan suceder estas cosas. El Pbro. David Núñez escribió: “No es la primera vez que acontecen casos como el presente en la Iglesia de Dios. Ya San Gregorio Nacianceno decía lo siguiente del comportamiento de la mayor parte de los Obispos de su tiempo en la cuestión del arrianismo: «Ciertamente los pastores actuaron como unos insensatos; porque, salvo un número muy reducido, que fue despreciado por su insignificancia o que resistió por su virtud, y que había de quedar como una semilla o una raíz de donde nacería de nuevo Israel bajo el influjo del Espíritu Santo, todos cedieron a las circunstancias, con la única diferencia de que unos sucumbieron más pronto y otros más tarde; unos estuvieron en la primera línea de los campeones y jefes de la impiedad, otros se unieron a las filas de los soldados en batalla, vencidos por el miedo, por el interés, por el halago o, lo que es más inexcusable, por su propia ignorancia». «Me siento inclinado a evitar todas las conferencias de Obispos; pues no he visto nunca una que llevase a un resultado feliz, ni que remediase los males existentes, sino más bien que los agravase»” (De “La misa, la obediencia y el Concilio Vaticano II” de M. Roberto Gorostiaga-Ediciones Fundación-Buenos Aires 1979).

La vigencia de la Iglesia a través del tiempo se debe esencialmente a la continuidad que los propios fieles le han otorgado a las prédicas evangélicas, a pesar, a veces, de la jerarquía eclesiástica. Esto resulta similar al caso de aquellos países que mantienen su integridad, no gracias a los gobiernos de turno, sino a pesar de ellos. El Cardenal Newman escribió: “El dogma de Nicea se mantuvo durante la mayor parte del siglo IV, no por la firmeza inquebrantable de la Santa Sede, de los Concilios y de los Obispos, sino por el consenso de los fieles. Por un tiempo la masa de los Obispos falló en la confesión de su fe. Hablaron en sentidos diferentes, unos contra otros; durante cerca de sesenta años después de Nicea no hubo nada que se parezca a un testimonio firme, constante, consecuente”. “Los pocos Obispos que permanecieron fieles fueron desacreditados y enviados al destierro; el resto se componía de los que engañaban y de los que eran engañados”.

Varios tradicionalistas fueron expulsados de la Iglesia. M. Roberto Gorostiaga escribió: “El cura de Franqueville, en Francia, de 67 años, con 40 años de sacerdocio, echado de su iglesia parroquial por fidelidad a la Misa Tradicional, la Misa del Apóstol San Pedro, que alcanzó su forma actual con San Dámaso en el siglo IV y luego con San Gregorio Magno en el siglo VI y que San Pío V, mil años después, sólo codificó”. “La fuerza pública fue llamada por su obispo para echar a un virtuoso y anciano sacerdote, fiel a la doctrina, la moral y la Misa de siempre. Los gendarmes hicieron clavar las puertas para que el «rebelde» no pudiera volver”. “Así se practica el diálogo. Al ecumenismo tan declarado podemos tildarlo de mentiroso, pues excluye a aquéllos que siguen fieles a lo que siempre, por todos y en todas partes fue creído y practicado”.

De la misma forma en que el pueblo debe reclamar cuando sus gobernantes no respetan sus derechos y transgreden las normas más elementales, el católico tiene la opción de desconocer las directivas de la jerarquía eclesiástica cuando advierte que ha equivocado el camino. David Núñez agrega: “Creemos que en caso tan lamentable…podrían lícitamente los fieles seguir en las prácticas religiosas, suponiendo que estén doctrinalmente dentro de la más pura ortodoxia, y continuarlas a pesar de los llamados, amenazas y puniciones eclesiásticas que un obispo fulminase contra los que procedieran así, para retraerles de la rebeldía a su autoridad; y además creemos también que esto no supondría, ni mucho menos encerraría, peligro de cisma, como podría parecer, ya por la disposición interna en que están de obedecer dócilmente con prontitud cuando por parte del superior se quite la causa de su justa rebelión, ya porque de hecho están obedeciendo a una verdad superior, a la Iglesia misma, aunque rechacen el mandato de un superior inmediato que, por el supuesto de su conducta no justa en el cumplimiento de su obligación, se coloca fuera del derecho común, o sea, del merecimiento a la obediencia que se le debería prestar si cumpliese con su deber”.

Quizás no exista mayor adecuación a la expresión “lobos con piel de ovejas” que la de los “sacerdotes” marxistas. En vez de ir a predicar al Partido Comunista, han optado por seguir en la Iglesia con la firme convicción de que el socialismo, que tantas veces fracasó, alguna vez dará buenos resultados. David Núñez agrega: “En lugar de despertar de sus errores al resplandor de la luz que despidieran los justos y bien merecidos castigos, se quedan, se afianzan y se empecinan más y más en sus errores. Y como muchos de ellos han perdido la fe totalmente, por una parte, y por otra saben, para mal de nuestros pecados, que no se los va a echar pública e ignominiosamente de la Iglesia, sino que ni siquiera se les va a llamar la atención, aunque no fuera más que por caridad hacia los que corren peligro de perder la fe por sus errores; y que a lo más éstos se lamentarán genéricamente, pero nada de castigos y mucho menos de «obsoletas» excomuniones, ellos con gran cinismo se ríen de todas esas lamentaciones y del que las hace, y mientras tanto se quedan dentro de la Iglesia y se valen de su benevolencia, de su indecisión o de lo que sea…, para seguir su camino demoledor en perpetua y descarada revuelta contra la Iglesia para destruirla, porque según su acertada teoría, eso se consigue mejor desde dentro que desde fuera”.

“Oímos las arengas de otros muchos sacerdotes que también ¡qué casualidad! se titulan «postconciliares» y que, en lugar de fomentar con sus sermones la fe, la piedad y toda la vida cristiana, disertan en los púlpitos y otras muchas partes más o menos veladamente sobre las doctrinas de Marx o de Mao para fomentar la violencia, las guerrillas, los conflictos estudiantiles con las autoridades, la conspiración y la revolución, en una palabra, si es que no contentándose con eso, ellos mismos personalmente participan en ellas (valgan como ejemplos Camilo Torres, Carbone, Helder Cámara, el cardenal de Santiago de Chile [Silva Henríquez], que canta un solemne Te Deum «ecuménico» por la asunción al mando del comunista Salvador Allende, etc. etc.”. “El enemigo tiene hoy en gestación la destrucción de la Iglesia, y desgraciadamente consigue mucho con grandísima eficacia, porque se mueve y trabaja para el mal y porque nosotros no nos movemos ni trabajamos para el bien. Eso es todo”.

En los propios Evangelios viene incorporado el antídoto para estos casos: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestiduras de ovejas; mas de dentro son lobos rapaces”. “Por sus frutos los reconoceréis”. “¿Por ventura se cosechan uvas de los espinos o higos de los abrojos? Es así que todo árbol bueno produce frutos buenos, mas todo árbol ruin produce frutos malos. No puede el árbol bueno producir frutos malos, ni el árbol ruin producir frutos buenos. Todo árbol que no produce fruto bueno es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis” (Mateo).

Mientras el cristianismo propone el amor al prójimo, esto es, propone compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, identificando moral individual con moral social, por lo cual involucra a todo ser humano, el marxismo propone adherir al “sector bueno” (el proletariado) en su lucha contra el “sector malo” (la burguesía) en una lucha de clases que, según Marx, necesariamente se ha de establecer en toda sociedad libre. Todo individuo que adhiere al marxismo, tiende permanentemente a descalificar y a calumniar al “sector malo”, incluso hasta llegar al extremo de combatirlo por medios de las armas. Adviértase la similitud entre marxismo y nazismo, por cuanto para los nazis existía una “raza buena” (los arios) y una “raza mala” (los judíos). Según el grado de adhesión al nazismo, un individuo, en forma permanente, descalifica y calumnia a la “raza mala” hasta el extremo de llegar a combatirlo por medio de las armas. No existen posturas más opuestas y antagónicas que cristianismo y marxismo, (o cristianismo y nazismo).

La misión encomendada por Cristo a sus seguidores fue esencialmente la de predicar sus enseñanzas por todo el planeta, ya que la actitud cooperativa del amor viene implícita en la propia naturaleza humana y es el medio óptimo y necesario para establecer el Reino de Dios; es decir, el gobierno de Dios sobre el hombre a través de nuestra adaptación a la ley natural. Como la adopción de tal actitud cooperativa no resulta fácil de lograr, les esperaba una ardua tarea. Sin embargo, desde la propia Iglesia, en lugar de aceptar la teología de Cristo; la visión religiosa del fundador del cristianismo, ha decidido reemplazarla por otras “teologías”, como la denominada “teología de la liberación”, que no propone adaptarnos a la actitud cooperativa sino a “liberar al proletariado de la opresión a que lo somete la burguesía”, por lo cual se advierte una evidente transición desde el cristianismo al marxismo.

Toda descripción del mundo, que contemple la ley natural, tiene un carácter atemporal, ya que su validez no cambia con el tiempo por cuanto la ley natural es invariante. En el caso del hombre, las leyes naturales de interés son las de origen psicológico, y son las que gobiernan la conducta del hombre, y de las cuales la más elemental e inmediata es la actitud característica de las personas. La esencia del cristianismo implica la adopción de la actitud del amor en detrimento del odio, del egoísmo y de la indiferencia. Para los nuevos “teólogos”, sin embargo, la teología ha de cambiar con las épocas y con las culturas particulares, y de ahí la posibilidad de reemplazar la propuesta cristiana. Yves-M. J. Congar escribió: “Lo que ahora tengo en el pensamiento es que la historicidad y la actualidad son una nota esencial en teología, al menos si se toma el término en toda la extensión y la vitalidad de su significado. Por esto la teología no puede ser nunca atemporal. Cada teólogo construye su ciencia con los recursos de su propia formación intelectual. Y, sobre todo, el teólogo que quiere fielmente prestar este servicio eclesial, se encuentra condicionado por los recursos que se le ofrecen, por las tareas que se le imponen a través del mundo cultural en el que vive” (De “Teología de la Renovación”-Varios autores-Ediciones Sígueme-Salamanca 1972).

Iglesia vs. evolucionismo

Resulta llamativo que un sector importante de creyentes no acepte el proceso evolutivo por el cual se establece la formación y el surgimiento de las distintas especies y variedades del reino animal y vegetal. Implica una rebelión en contra de Dios por cuanto no aceptan su criterio para la creación del mundo, sino que optan por la versión bíblica, que es una descripción hecha por hombres que miraban a Dios y adoptaban la visión que del mundo se tenía en la época de la realización de la Biblia.

Si bien otros han aceptado la evolución biológica, aunque de mala gana, rechazan la adicional evolución que va desde la materia a la formación de la vida. Para el científico, por el contrario, quizás no exista algo más sorprendente que el Creador, o la propia naturaleza, como inteligencias hipotéticas diseñadoras del mundo, han tenido la habilidad de establecer leyes naturales al nivel de las partículas elementales que potencialmente llevarán todos los atributos que luego aparecerán en las mayores escalas de observación, es decir, la vida inteligente de alguna forma estaba latente en las leyes de la mecánica cuántica, previendo la formación de moléculas, células, organismos, seres humanos, etc. Hubert Reeves escribió: “La noción de evolución, introducida en principio por la biología, invade hoy todo el discurso científico. Desde hace quince mil millones de años, la materia evoluciona hacia estados de organización, de complejidad, de nivel, cada vez más elevados. A partir del caos primordial, ha engendrado sucesivamente: los nucleones, los átomos, las células y los organismos vivos”. “A nuestro primer enunciado: la naturaleza está estructurada como un lenguaje, añadiremos ahora un segundo: la pirámide de la complejidad se edifica en el curso del tiempo” (De “El sentido del universo”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1989).

Adviértase que esta visión del mundo implica esencialmente el principio de complejidad-conciencia formulado por Pierre Teilhard de Chardin, quien pretende que la religión lo tenga en cuenta para una posterior adaptación de sus planteos. En el ámbito científico resulta algo evidente ya que ni siquiera se hace referencia a quien (Teilhard) fue el primero en enunciarlo. Para la religión, en cambio, implica vislumbrar un sentido del universo o una finalidad implícita de la cual puede intuirse un sentido de la vida objetivo impuesto a los hombres por el orden natural.

Algunos sectores de la Iglesia, sin embargo, poco aprendieron de los conflictos que en el pasado se suscitaron entre religión y ciencia, como fue el caso de Galileo Galilei o el de Charles Darwin. En lugar de aceptar que la religión es una cuestión de ética y de sentido de la vida, se siguió entrometiendo en cuestiones científicas negando esencialmente los hallazgos y las conclusiones de la ciencia experimental. Es oportuno citar algunas prohibiciones surgidas en la Iglesia Católica del siglo XIX que rechazan la posibilidad de una evolución desde la materia a la vida. Los anatemas son maldiciones que pueden llevar a la excomunión: “Sea anatema: Quien niegue el único Dios verdadero creador y señor de todas las cosas visibles e invisibles. Quien afirme sin rubor que sólo existe materia. Quien diga que la substancia o esencia de Dios y de todas las cosas es única e igual”. “Quien diga que el hombre puede y debe por sus propios esfuerzos y por progresos constantes llegar al cabo de la posesión de toda verdad y virtud. Quien rehúse aceptar como sagrados y canónicos los libros de la Sagrada Escritura íntegros, con todas sus partes, según fueron enumerados por el santo Concilio de Trento, o niegue que son inspirados por Dios”.

“Quien diga que la razón es tan sabia e independiente, que Dios no puede pedirle la fe. Quien diga que la revelación divina no puede hacerse creíble por pruebas exteriores. Quien diga que no pueden hacerse milagros o que nunca pueden conocerse con certeza, y que el origen divino del cristianismo no puede probarse por ellos. Quien diga que la revelación divina no incluye misterios, sino que todos los dogmas de la fe pueden comprenderse y demostrarse por la razón debidamente comprobada. Quien diga que la ciencia humana debe proseguirse con tal espíritu de libertad que puedan considerarse sus afirmaciones como verdaderas, aun cuando se opongan a la verdad revelada. Quien diga que llegará un tiempo en el progreso de las ciencias en que las doctrinas enseñadas por la Iglesia deban tomarse en otro sentido que aquel que la Iglesia les dio y les da todavía” (Citado en “Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia” de Juan G. Draper-Editorial Tora-Buenos Aires 1954).

En tales prohibiciones está implícita una penosa separación entre ciencia y religión, que aun hoy tiene vigencia en algunos sectores de la Iglesia. Juan G. Draper escribió: “Venimos, pues, a parar a esta conclusión: que el cristianismo católico y la ciencia son absolutamente incompatibles, según reconocen sus respectivos adeptos. No pueden existir juntos: uno debe ceder ante la otra, y la humanidad tiene que elegir, pues no puede conservar ambos”.

El rechazo del evolucionismo generalizado se debe, entre otras causas, a la creencia de que la ética cristiana necesariamente habría de evolucionar hasta hacerse irreconocible; algo totalmente alejado de la realidad por cuanto todo proceso evolutivo implica periodos temporales del orden de los millones de años, imperceptibles para la humanidad en su relativamente corta historia. Se dice que si un hombre actual fuese ubicado entre los hombres que vivieron hace 10.000 años, nadie advertiría diferencias. El conflicto esencial entre la Iglesia tradicional y la visión científica del mundo, es que ésta coincide con la adoptada por la religión natural. Así, el cristianismo interpretado como religión natural, resulta compatible tanto con la ciencia experimental como con el mundo real.

La incompatibilidad entre la religión sobrenatural con la natural se manifiesta, entre otros aspectos, en el rechazo a Teilhard de Chardin desde varios sectores católicos. John Eppstein escribió: “En cuanto al cristianismo histórico, en el cual, por contradictorio que pueda parecer, dijo creer hasta el final (y así, sería efectivamente, pues en los casos de esquizofrenia cada una de las mitades de la personalidad escindida es igualmente auténtica). Pero para las personas de inteligencia normal, sean o no sean cristianas, resulta palmario que Teilhard reduce a un estado puramente relativo los hechos, acontecimientos y personas que tienen un valor absoluto en la tradición católica”.

“Esto es consecuencia de la pasión absorbente que le inspira la teoría de la evolución. Subyugado por las piedras desde la niñez, llegó a ser brillante paleontólogo y biólogo, y se embebió de los progresos de la ciencia moderna. El mundo en evolución llegó a ser para él la fuerza predominante y lo que todo lo explicaba. Otro tanto les ocurría a su amigo sir Julian Huxley y a otros no inquietados por una conciencia católica. Lo que distinguió a Teilhard de sus coetáneos no católicos fue su tentativa de conciliar su formación cristiana católica y su condición sacerdotal con su nuevo entusiasmo por el mundo en evolución, porque la fe católica, «arraigada en la idea de la encarnación, siempre ha dado en su estructura gran importancia a los valores del mundo y de la materia». Y así aboga por «una nueva cristología que abarque las dimensiones orgánicas de nuestro nuevo universo»”.

“Pero ¿qué es más importante? ¿Jesucristo o la evolución? ¿La religión o el progreso? ¿Dios o el mundo? La anteposición del segundo término de cada una de estas alternativas es lo que constituye la gran aberración de Teilhard de Chardin y el principal peligro que supone para teólogos y filósofos que se han dejado fascinar por sus obras” (De “¿Se ha vuelto loca la Iglesia Católica?”-Ediciones Guadarrama SA-Madrid 1973).

La “esquizofrenia” asociada a Teilhard es una forma de intentar ocultar otra bastante más acentuada al separar a Cristo de la realidad, a Dios del mundo, a la religión de la evolución y de la ciencia y a la postura ideológica de la realidad. La Iglesia, en lugar de aceptar una orientación “saludable” hacia la religión natural y hacia la ciencia experimental, terminó por asociarse al marxismo, que es una pseudo-ciencia y una anti-religión, materializada por la Teología de la Liberación, aceptada por las actuales autoridades de la Iglesia Católica. Ese es el precio que se está pagando por despreciar al mundo real y sus leyes persistiendo en la actitud obsecuente de priorizar la fe hasta llegar a despreciar la razón.

Si no hubiese existido Teilhard, el principio de complejidad-conciencia habría surgido igualmente, ya que es una consecuencia de la física de partículas y de la teoría cosmogónica del big-bang, que hasta el momento no puede decirse que sea desacertada. Los conservadores y tradicionalistas han sido los “kerenskys católicos” que, atacando todo lo que puede servir de fundamento científico del cristianismo, facilitaron el acceso del marxismo-leninismo en todos los niveles de la Iglesia. Incluso algunos autores tradicionalistas ni siquiera están convencidos de la veracidad de la evolución biológica. Rubén Calderón Bouchet escribió: “Los hombres de ciencia, aunque acepten como hipótesis de trabajo la teoría de la evolución o el transformismo, nunca la dan como un hecho científico comprobado ni extraen de ella conclusiones válidas para instaurar un régimen cognoscitivo capaz de vulnerar definitivamente los fundamentos de la sabiduría tradicional. Una pretensión de tal naturaleza no es científica, es ideológica y trataremos de ver por qué razón la adoptó el Padre Teilhard en su extraño sistema del hombre y del mundo” (De “La luz que viene del Norte”-Ediciones Nueva Hispanidad-Buenos Aires 2009).

De todo este planteo, es conveniente preguntarse, no por las creencias individuales o particulares de los distintos autores, sino acerca de cómo funciona el mundo real. Si se indaga con detenimiento cómo trabaja la ciencia experimental de nuestra época, con márgenes de error bastante pequeños, puede afirmarse que la realidad del mundo ha de estar cercana a lo expresado arriba por Hubert Reeves. De ahí la validez esencial de la propuesta de Teilhard y de la conclusión de que el mundo real se comporta aproximadamente como lo supone la religión natural y no tanto como lo estipula la religión sobrenatural. Teilhard de Chardin escribió: “Tuve siempre un alma naturalmente panteísta. Experimenté las aspiraciones invencibles, nativas; pero sin atreverme a usarlas libremente, porque no sabía conciliarlas con mi fe. Después de experiencias diversas (y de otras todavía) pude decir que he encontrado para mi existencia el interés inagotable y la paz inalterable. Vivo en el seno del Elemento único, Centro y detalle del Todo. Amor personal y potencia cósmica” (Citado en “La luz que viene del Norte”).

Al intentar seguir negando la visión científica del mundo, se vislumbra en la Iglesia un alejamiento paulatino de las nuevas generaciones que van adquiriendo tal visión en forma natural. Al negar asociarse a la ciencia, sigue en el ámbito de la filosofía y de la teología ante los riesgos concretos de quedar prisionera de ideologías perversas como el marxismo-leninismo, haciéndose cómplice de las tragedias sociales que tal ideología ha promovido.

La actitud religiosa óptima

El hombre necesita de la religión, ya que no puede vivir sin el sentido de la vida que ella puede ofrecer, aunque muchas veces tampoco puede vivir satisfactoriamente con ella. Si el vínculo que une a los hombres se deteriora, no cumple con la función esencial que debe cumplir, por lo que tampoco la sociedad podrá lograr la armonía que es deseable que posea. De ahí que debamos indagar sobre la actitud óptima que debe promover la religión para advertir, luego, que la ausencia parcial de algunos de sus atributos ha de conducir a algún tipo de conflicto. Se habrá establecido así una especie de introspección religiosa que podrá ayudar a comprenderlos y a superarlos. Antonio G. Birlán escribió: “La palabra religión significa, según su etimología, lo que une. Pocas veces el sentido de una palabra ha estado más en contradicción con la realidad. Que la religión, en realidad, no es lo que une, basta echar una ojeada sobre el presente y el pasado para comprobarlo. Ha unido, cuando más, parcialmente, y los unidos parcialmente se han enfrentado en todos los tiempos con otros unidos asimismo parcialmente. ¿Por qué esa unión parcial no se ha extendido? ¿Por qué lo que, según su sentido, y según sus orígenes, de donde su sentido, une, ha unido siempre tan imperfectamente?” (De “La religión”-Editorial Américalee-Buenos Aires 1956).

Puede decirse que la actitud óptima debe ser ascendente, lateral e igualitaria; ascendente porque mira hacia lo alto, hacia Dios, o el orden natural; lateral porque mira hacia los demás seres humanos, regidos por el mismo Dios, o por la misma ley natural. Finalmente, la actitud a adoptar, respecto de los “laterales”, ha de ser igualitaria, lo que implica que no habrá gobierno del hombre sobre el hombre. Así se logrará, no sólo la igualdad, sino también la libertad esencial requerida para desarrollar plenamente nuestras potencialidades individuales.

La actitud ascendente resulta similar, en algunos aspectos, a la advertida en otras especies. Charles Darwin escribió: “El sentimiento de afecto religioso es muy complejo; consiste en un amor, en una sumisión plena a un ser superior elevado y misterioso, en un vivo sentimiento de dependencia, de temor, de respeto, de gratitud en cuanto al pasado, de piadosa esperanza en cuanto al porvenir y, acaso, de otros elementos aún. Ningún ser podría tomar conciencia de una emoción tan compleja del alma antes de que sus facultades intelectuales y morales hayan alcanzado un nivel relativamente elevado. Sin embargo, vemos algo que parecería aproximarse a eso en el afecto profundo del perro por su amo, afecto al que acompañan una sumisión completa, cierto temor y, acaso, otros sentimientos aún. La marcha del perro cuando vuelve hacia su amo después de algún tiempo de ausencia, y también la del mono, puedo añadir yo, volviendo hacia su guardián favorito, difiere mucho de lo que manifiestan esos animales con respecto a sus semejantes. En este caso, los transportes de alegría parecen un poco menores y un sentimiento de igualdad aparece en cada acción”.

Vladimir Soloviev comenta el escrito anterior: “Así, el representante del transformismo en las ciencias naturales reconoce, pues, que en las relaciones casi religiosas del perro o del mono con el águila que les parece superior hay, además de miedo y la salvaguardia del interés propio, un elemento moral, y éste muy diferente de los sentimientos de simpatía que esos animales testimonian a sus semejantes. Este sentimiento específico con respecto a lo superior es precisamente lo que yo llamo reverencia. Si alguien lo admite en los perros y en los monos, sería extraño negarlo en el hombre y no deducir la religión humana sino del temor y el cuidado del interés propio. Sin duda, no puede negarse la parte que toman estos sentimientos inferiores en la formación y en el desenvolvimiento de la religión, pero de todos modos ésta encuentra su fundamento más íntimo en ese sentimiento moral específicamente religioso por el cual el hombre siente con respecto a lo que es más excelente que él mismo un amor matizado de respeto” (De “La religión”).

Desde el punto de vista de la religión natural, el vínculo entre Dios y los hombres es la ley natural, por lo que la validez de toda religión ha de provenir de su compatibilidad con dicha ley. Por el contrario, cuando no es compatible, se cae en el gobierno del hombre sobre el hombre, donde no hay igualdad ni libertad, es decir, es el caso en que el supuesto enviado de Dios, al no gobernar según la ley de Dios, gobierna según su propio criterio, constituyendo un “falso profeta”. Si el profeta, en realidad, predica en función de la ley natural mientras que sus difusores lo distorsionan, se produce la deformación de la “religión verdadera” que pasa a ser también una “falsa religión”, es decir, se trata de un caso semejante al de los gobiernos democráticos que, para ser eficaces, deben ser legítimos no sólo en cuanto al acceso al poder, sino también en cuanto a su desempeño. Si son ilegítimos bajo cualquiera de esos aspectos, las cosas tienden a no andar bien.

De todo esto puede decirse que la actitud ascendente óptima implica la intención de adaptarnos a la ley natural, dejando de lado el resto de las actitudes que derivan de la suposición de que Dios es un ser superior de forma humana al cual se lo debe alabar, o se lo puede adular, engañar y todas las restantes maniobras que el hombre hace para eludir el cumplimento de la ley estricta que nos ha impuesto el orden natural, o de los mandamientos religiosos. Toda religión que no contemple dicha ley, constituye un simple y vulgar paganismo.

Un error frecuente es el de la persona “elevada”, que observa a sus semejantes como seres inferiores, por cuanto en él predomina la actitud ascendente, anulando prácticamente toda posible actitud lateral e igualitaria. Este es el caso de las religiones contemplativas establecidas principalmente para religiosos antes que para hombres comunes. Albert Schweitzer escribió: “El pensamiento brahmán y budista sólo puede ofrecer algo a quienes están en condiciones de alejarse del mundo y vivir en el inactivo autoperfeccionamiento”.

También en Occidente se han propuesto religiones en que la fe (ascendente) es considerada prioritaria a las obras (laterales e igualitarias). Peter Stanford escribió: “Cuando, a principios del siglo XVI, Martin Lutero planteó públicamente la corrupción de la Iglesia, descubrió que había muchos creyentes desilusionados. Su rebelión tenía un fundamento teológico, tal como se advierte en su célebre obra «Las noventa y cinco tesis», un texto que clavó en la puerta de la iglesia alemana de Wittenberg en el año 1517. En este escrito negaba la idea de que mediante los buenos actos el individuo contribuyera a ganarse un lugar en el cielo tras la muerte. Para Lutero la salvación sólo era posible gracias a la fe en Dios: no era la santidad individual lo que importaba, sino el amor de Dios” (De “50 cosas que hay que saber sobre religión”-Ariel-Buenos Aires 2013).

Al identificar la ley natural con la ley de Dios, es posible valorar y analizar las distintas posturas religiosas. Por ejemplo, el Islam admite hasta cuatro esposas por cada hombre. Si nace, aproximadamente, la misma cantidad de hombres que de mujeres, muchos hombres se quedarán sin ninguna; no se tiene en cuenta un aspecto tan elemental. Si no se tiene en cuenta la ley natural, se está en camino del gobierno del hombre sobre el hombre a través de “leyes artificiales”, lo que aleja al hombre de la ley de Dios. Tampoco el Islam sugiere una actitud igualitaria hacia el prójimo, ya que establece una clara distinción entre los “fieles” a su doctrina y el resto, existiendo un “nosotros” y un “ellos” como el practicado por los políticos totalitarios. Se atribuye a Mahoma lo siguiente: “La espada es la llave del cielo y del infierno: todos los que la sacan en defensa de la fe serán recompensados con beneficios temporales; cada gota de sangre que derramen, cada peligro y tribulación que padezcan quedarán registrados en lo alto y se les atribuirá más mérito que el ayuno y la oración”. Puede decirse que, si esa es la voluntad de Dios, a la humanidad le espera un futuro violento.

Cuando, en lugar de adherir a la religión objetiva, basada en la ley natural, un individuo elige cualquiera de las posibles variantes subjetivas, se produce una divergencia de opiniones esencial que induce discusiones y conflictos posteriores. De ahí que pueda decirse que la actitud lateral e igualitaria se ha de dar principalmente luego de que se haya adoptado la óptima actitud ascendente. La ley esencial, accesible tanto a nuestras decisiones como a nuestro conocimiento, es la cercana e inmediata actitud característica que constituye el atributo esencial de la personalidad de todo hombre. De ella se deriva la elección del amor al prójimo como la actitud lateral óptima que es, además, igualitaria.

La adopción de la actitud cooperativa, por la cual tratamos de compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, tiende a ser el fundamento de lo que denominamos “la civilización Occidental”, ya que ella da lugar tanto a la democracia política como a la económica (mercado). Así, la democracia política apunta esencialmente a impedir el gobierno del hombre sobre el hombre promoviendo el gobierno de la ley sobre todo individuo, tratando de que la ley humana sea compatible con la ley natural. Por otra parte, el intercambio libre, que favorece a ambas partes en el acto económico elemental, tiene sentido a partir de una previa y predominante actitud cooperativa. Ludwig von Mises escribió: “Como filosofía del mundo, y no solamente como Iglesia, la religión es un producto de la cooperación social de los hombres, exactamente lo mismo que cualquier otra manifestación de la vida espiritual. Nuestro pensamiento no se presenta como un hecho individual, independiente de las relaciones y las tradiciones sociales…nuestro pensamiento tiene un carácter social”.

“La religión es también un hecho social en el sentido de que considera las relaciones sociales desde un ángulo determinado y de que fija reglas a la acción del hombre en sociedad. No puede abstenerse a tomar posición en las cuestiones de moral social. Ninguna religión cuidadosa de dar a los creyentes una respuesta a los enigmas que plantea la vida y de aportarles las consolaciones de que tiene más necesidad, puede contentarse con dar una interpretación de las relaciones del hombre con la naturaleza, el llegar a ser y la muerte. Si olvida dirigir su atención sobre las relaciones de los hombres entre sí, es incapaz de formular reglas para la vida terrestre y abandona al creyente a sí mismo cuando se pone a reflexionar en la imperfección de la sociedad”.

“Cuando quiere saber por qué hay ricos y pobres, poderes públicos y tribunales, periodos de guerra y de paz, la religión debe poder darle una respuesta, so pena de obligarle a buscar una respuesta en otra parte y de perder así su poder sobre los espíritus. Sin moral social, la religión es una cosa muerta” (De “El socialismo”-Editorial Hermes SA-México 1961).

Fe sobrenatural vs. razón natural

Ante la evidente crisis moral que afecta a las sociedades actuales, se advierte que la religión tradicional, basada en la fe en lo sobrenatural, no resulta suficiente para revertir la situación. De ahí que sea necesario fortalecerla, no reemplazarla ni destruirla, mediante la religión natural, como un conjunto de ideas y de conocimientos que llega a conclusiones similares con la ventaja de ser accesible a una cantidad de personas bastante mayor. En definitiva, la religión de la fe se sintetiza en unos pocos mandamientos éticos, accesibles a nuestras decisiones, que pueden también ser sugeridos por una religión basada en lo evidente, incluso en aquello que puede ser verificado bajo experimentación.

De la misma forma en que el médico que no puede sanar a un paciente debe aceptar que otro pueda hacerlo, siempre y cuando lo esencial para él sea la vida del enfermo, la institución religiosa que no pueda llegar a la sociedad para mejorar su condición moral, tampoco debe oponerse a que otras lo hagan, siempre y cuando la “salud espiritual” de la población sea para ella lo más importante.

Ante padecimientos originados por enfermedades incurables, accidentes o violencia urbana, se advierte que el sacerdote, pastor o rabino, en lugar de dedicarse a aliviar el dolor de quien sufre, se preocupa por defender la postura filosófica predominante en su religión, casi como si se tratara de un partido político en el cual no se cede fácilmente ante las críticas de los rivales. Harold Kushner escribió: “Es posible que el objeto de la mayoría de las respuestas religiosas no sea tanto aliviar el dolor de la persona sufriente sino defender y justificar a Dios, para persuadirnos de que lo malo es en realidad bueno, de que nuestra aparente desgracia sirve a los designios más grandes de Dios”. “Los libros a los cuales recurrí se ocupaban más de defender el honor de Dios, con pruebas lógicas de que lo malo es en realidad bueno y de que el mal es necesario para que este mundo sea bueno, que de calmar la preocupación y angustia del padre de un niño moribundo. Tenían respuestas para todas sus preguntas, pero ninguna para las mías”.

La religión tradicional de la fe, que supone la existencia de lo sobrenatural, se basa esencialmente en la creencia en un Dios que interviene en los acontecimientos humanos interrumpiendo las leyes naturales, es decir, como si los milagros se sucedieran en forma continua y permanente. Esta visión lleva a serias contradicciones lógicas que hace que sus promotores, para sostenerla, deban recurrir a inverosímiles recursos. Por el contrario, la religión de la razón, al rechazar lo ilógico y lo incoherente, supone que Dios no interviene en los acontecimientos humanos, sino que existen leyes naturales invariantes que deben ser respetadas por el hombre buscando adaptarse a las mismas.

Ante el acontecimiento inesperado, que no respeta méritos ni afiliaciones previas, pueden surgir actitudes de rebeldía contra el Dios, ya que, supuestamente, interviene en los acontecimientos cotidianos pudiendo por lo tanto haber evitado fácilmente alguna tragedia. Jorge Luis Borges escribió: “Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones…”.

Si tenemos presente la existencia de un mundo regido por leyes naturales, seguramente trataremos de proteger nuestra vida contemplando esa realidad. Por el contrario, quienes suponen que al adoptar una actitud cooperativa hacia los demás estarán exentos de sufrimientos ante la correspondiente protección de Dios, estarán expuestos, no sólo a un exceso de confianza que podrá perjudicarlos, sino a una gran desazón al advertir que el sufrimiento puede ser padecido aun cuando nuestra conducta sea la mejor. Harold Kushner, cuyo hijo padeció una enfermedad incurable, agrega: “Creía que estaba siguiendo los designios de Dios y haciendo Su trabajo. ¿Cómo era posible que le estuviera sucediendo eso a mi familia? Si Dios existía, si era mínimamente justo y, más aún, afectuoso e indulgente, ¿cómo era posible que me hiciera eso?” (De “Cuando la gente buena sufre”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1994).

Si consideramos al sufrimiento como una consecuencia de nuestra desadaptación al orden natural, podremos encontrar un alivio a nuestro dolor estableciendo vínculos afectivos adicionales con personas del medio social, además de las ya existentes en el propio medio familiar. Posiblemente allí encontremos el milagro que antes no sucedió. “El milagro puede ser que la fe de la comunidad sobreviva aún después de comprobar que en este mundo los niños inocentes enferman y mueren. Cuando vemos que gente débil se vuelve fuerte, que gente tímida se vuelve valiente y que gente egoísta se vuelve generosa, sabemos que estamos presenciando un milagro. Yo he visto esos milagros (muchos de ellos me sucedieron a mí). Sospecho que todos los hemos visto”.

Si bien el título del presente escrito muestra un posible antagonismo entre fe y razón, no siempre es así. Por lo general el partidario de la religión tradicional descalifica y rechaza la religión natural, mientras que los partidarios de esta última concentran sus pensamientos y sus esfuerzos en lograr la mejor descripción del mundo real priorizando la obra de Dios y sus leyes a las creencias subjetivas que los hombres podamos tener al respecto. En el Concilio Vaticano I, se manifestó: “Y no sólo no pueden jamás disentir entre sí la fe y la razón, sino que además se prestan mutua ayuda, como quiera que la recta razón demuestra los fundamentos de la ley y, por la luz de ésta, ilustrada, cultiva la ciencia de las cosas divinas; y la fe, por su parte, libra y defiende a la razón de los errores, «la provee de múltiples conocimientos»” (Citado en “Le destronaron” de M. Marcel Lefebvre-Ediciones San Pío X-Buenos Aires 1987).

Entre los intentos por compatibilizar el cristianismo con los conocimientos aceptados en el ámbito de la ciencia experimental, aparece la postura de Pierre Teilhard de Chardin, quien advierte que no sólo existe la evolución y adaptación biológica, sino también una tendencia general que involucra la evolución desde la materia a la vida hasta llegar a la vida inteligente. El citado autor escribió: “La Materia, abandonada a sí misma durante mucho tiempo bajo el juego prolongado y universal de los azares, manifiesta la propiedad de disponerse en grupos cada vez más complejos y, al mismo tiempo, cada vez más revestidos de conciencia; este doble movimiento conjugado de enrollamiento físico e interiorización psíquica continúa, se acelera y se extiende hasta el máximo posible, una vez iniciado”.

“Hasta ahora, en el Hombre sólo hemos considerado el edificio individual: el cuerpo con sus mil billones de células, y sobre todo el cerebro, con sus [cien] mil millones de núcleos nerviosos. Pero el Hombre, al mismo tiempo que un individuo centrado respecto de sí mismo (es decir, una «persona»), ¿no representa un elemento con relación a una síntesis nueva, y mucho más elevada? –conocemos los átomos, suma de núcleos y de electrones; las moléculas, suma de átomos; las células, suma de moléculas…-. ¿No habrá por delante de nosotros una Humanidad en formación, suma de personas organizadas?”.

“Se le ha reprochado a esta «filosofía» que no es más que un concordismo generalizado. A esta crítica, el P. Teilhard responde que conviene no confundir concordismo y coherencia. Religión y Ciencia representan evidentemente, en la esfera mental, dos meridianos diferentes que sería falso no separar (error concordista). Pero esos meridianos han de encontrarse necesariamente en alguna parte, en un polo de visión común (coherencia): de otro modo, todo se hunde en nosotros en el terreno del pensamiento y del conocimiento” (De “Yo me explico”-Taurus Ediciones SA-Madrid 1968).

El Punto Omega de Teilhard, o punto de convergencia entre fe y razón, o entre religión y ciencia, habrá de coincidir esencialmente con el Juicio Final, que ha de ser el punto de encuentro entre ambas corrientes del pensamiento, dejando atrás etapas en que desde la fe se pretendía controlar a la razón o desde ésta someter aquélla. Este punto de encuentro implicará mirar hacia la ley natural bajo “una perspectiva de eternidad” en lugar de mirar solamente a los Libros Sagrados bajo la perspectiva que da la tradición y la fe. Tal punto de encuentro ha de implicar tanto lo afectivo como lo cognitivo, exaltando al amor junto a la verdad, siendo la verdad el vehículo que transporta al amor. Ambas son imprescindibles y podemos imaginar una humanidad que no solamente se vuelca hacia una actitud cooperativa, sino también hacia una actitud contemplativa en respuesta a la conciencia creciente que ha de implicar tal acontecimiento.

La etapa de surgimiento pleno de lo espiritual será la resultante del cumplimiento del mandamiento del amor al prójimo, constituyendo una comunidad de individuos conscientes de tu tarea de adaptación cultural al orden natural en contraste con un agrupamiento de hombres-masa que delegan su libertad ante el tirano que gobierna el Estado totalitario.

Gran parte de los religiosos han desviado su camino creyendo que la lucha esencial no es entre el Bien y el Mal, sino entre fe y razón. De la misma manera en que no existe un vínculo evidente entre virtud y nivel económico, tampoco existe una relación evidente entre virtud y actitud filosófica adoptada en tales cuestiones. Teilhard escribió: “Lo sobrenatural es un fermento, un alma, no un organismo completo. Viene a transformar «la naturaleza»; pero no puede prescindir de la materia que ésta le ofrece”. “La espera del Cielo no puede existir más que si se encarna. ¿Qué cuerpo podremos darle a nuestra espera de hoy?”.

“En el mundo no puede haber dos cimas, como en un círculo no caben dos centros. El Astro que el mundo espera, sin saber todavía pronunciar su nombre, sin apreciar exactamente su auténtica trascendencia, sin poder siquiera distinguir los más espirituales, los más divinos de sus rayos, es por fuerza el mismo Cristo que esperamos nosotros. Para desear la Parusía basta con que dejemos que lata en nosotros, cristianizándolo, el propio corazón de la Tierra” (De “El medio divino”-Taurus Ediciones SA-Madrid 1965).

El punto de encuentro entre ciencia y religión también implicará la transición definitiva desde una religión subjetiva, basada en la fe y en razonamientos derivados de la lectura de los Libros Sagrados, a una religión objetiva, basada en evidencias y en razonamientos establecidos a partir de la observación directa de la ley natural.

La libertad religiosa y sus excesos

Respecto de las acciones humanas, se dice que un hombre es libre cuando puede hacer lo que quiere sin perjudicar a los demás. Esto implica tener como límite lo que indica la moral previamente aceptada. En cuestiones religiosas, la libertad de pensamiento y de acción presenta limitaciones adicionales por cuanto, por lo general, predomina la fe sobre la razón. Así, cuando se habla de la libertad religiosa, debemos considerar varios casos. Uno de ellos es la libertad que concede la sociedad, o el Estado, a las diversas religiones. Si bien en muchos países existe la posibilidad de realizar actividades libres en materia religiosa, se destacan aquellos que financian la construcción de templos de su propia religión en el exterior pero no aceptan que otras religiones lo hagan en el propio; constituyendo una postura similar al nacionalismo, en donde se prioriza lo propio y se desprecia lo ajeno.

Un caso distinto es el de la libertad de pensamiento y de acción dentro de determinada religión. Así, se tiene un caso extremo cuando una institución impone a sus adeptos desde las creencias básicas hasta los pequeños detalles, no dejando prácticamente ninguna opción a quienes deberán someterse a las reglas establecidas. Este es un caso indeseado por cuanto es importante que el individuo no pierda la sensación de libertad, de lo contrario su situación será incómoda y buscará cambiar de religión, o la rechazará.

Resulta conveniente establecer una comparación con la ciencia experimental. En este caso, se considera importante la libertad de pensamiento y de acción de manera de permitir que varios individuos pensantes ofrezcan diversas hipótesis para la solución de algún problema, ya que luego la experimentación decidirá acerca de cuál de ellas se adapta mejor. Se dice por ello que la ciencia funciona como un organismo vivo, por cuanto se establece en forma similar al proceso biológico en donde se producen cambios genéticos que son luego seleccionados facilitando la evolución posterior, aceptándose aquellos cambios que permiten una mejor adaptación al medio.

En el caso de la religión, varias propuestas distintas pueden hacer que una Iglesia mantenga su vitalidad y ofrezca las respuestas que les son demandadas en cada época. Sin embargo, no debe olvidarse que son los adeptos quienes primero deben adaptarse a las reglas, siendo la adaptación entre Iglesia y creyente similar a la existente entre docente y alumno. Así, el alumno debe aprender lo que se le enseña mientras que el docente, a su vez, debe contemplar las dificultades que cada alumno le plantea. No es bueno que el docente trate de imponer el conocimiento en forma inflexible ni tampoco es bueno que el alumno pretenda imponer su criterio acerca de lo que se le enseña, o de lo que se le debería enseñar.

La Iglesia Católica pasa por una época de rebelión entre sus “alumnos aventajados” cuando ponen en duda incluso las reglas básicas de la institución desoyendo las sugerencias del Papa y de la tradición. El problema que surge de este planteo es la duda instalada sobre los fundamentos en que se asienta el cristianismo, lo que resulta tan inadmisible como si los científicos dudaran de la existencia de leyes naturales invariantes, lo que implicaría negar su búsqueda y la razón de ser de tal actividad cognitiva. Justamente, en el caso del catolicismo, se pierde de vista la existencia de una ley natural eterna que rige a los seres humanos, y de ahí que tal referencia impida que los cambios propuestos sean totalmente libres o subjetivos.

En toda institución podemos encontrar diversas actitudes respecto de los cambios. Los conservadores se oponen a cualquier cambio, los obedientes se adaptan a cualquier cambio, mientras que los progresistas lo promueven por el cambio mismo. John Eppstein escribió: “Hoy es difícil encontrar fuera de la Iglesia muestras abundantes de ese respeto. En tan sólo ocho años es mucho lo que hemos visto que hace pensar que la Iglesia Católica se está destrozando a sí misma”. “Los apóstoles de esta hostilidad son casi siempre miembros de órdenes religiosas, entre los que encontramos incluso a la Compañía de Jesús, de la que siempre se creyó que destacaba por su lealtad al Papa, pero cuya total falta de disciplina es hoy mundialmente notoria. Se invoca contra él la autoridad de los obispos, hoy organizados en conferencias nacionales” (De “¿Se ha vuelto loca la Iglesia Católica?”-Ediciones Guadarrama SA-Madrid 1973).

Mientras que, por lo general, se rechazaba a los herejes cuando proponían cambios “negativos”, la Iglesia expulsa en estas épocas de cambio a figuras representativas del conservadorismo, como fue el caso de Mons. Marcel Lefebvre. El cardenal Gabriel Garrone escribe respecto de los progresistas: “Tienen razón los católicos al sentirse desazonados y al protestar cuando ven a un sacerdote tomarse libertades sin escrúpulo con los sacramentos y erigirse en árbitro de las señales de la fe. Pues, en tales casos, la propia se siente amenazada y se rebela contra las imprudencias pecaminosas. Si se abandonan los sacramentos de la fe a los arbitrarios caprichos de cualquier cura, corren el peligro de dejar de ser sacramentos de la fe. El resultado es que el creyente que rehúsa someterse a la ley del juicio personal de un hombre puede apartarse paulatinamente de un mundo sacramental que ha perdido todo valor para él”.

Una crítica que se dirigía hacia Lefebvre aducía su defensa de la continuidad de la misa en latín. En algunos lugares, como en África, con la presencia de integrantes de diversas tribus, que hablaban varios dialectos, la utilización del latín solucionaba ese problema. Al utilizar los idiomas locales, se le quitó a la misa el carácter universal, o católica, que postula el propio nombre de la institución. Se supone, además, que el adepto a la religión debe interesarse por conocer algo más sobre la historia de su Iglesia y de ahí que aprender algo de latín no venía nada mal. Su abolición produjo también inconvenientes en quienes viajan a distintos lugares en un mundo globalizado. Para muchos innovadores, el latín era más peligroso que el “Manifiesto comunista”. Marcel Lefebvre escribió: “Actualmente el demonio está desencadenado contra la Iglesia, pues precisamente de eso se trata: quizás estamos asistiendo a una de sus últimas batallas, una batalla general. El demonio ataca en todos los frentes y si Nuestra Señora de Fátima dijo que un día el mismo demonio llegaría hasta las más altas esferas de la Iglesia, eso significa que tal cosa podría ocurrir. No afirmo nada por mí mismo, sin embargo se perciben signos que pueden hacernos pensar que en los organismos romanos más elevados hay quienes han perdido la fe”.

“El orden social cristiano se sitúa en el extremo opuesto de las teorías marxistas que nunca aportaron, en las partes del mundo en que fueron aplicadas, más que miseria, opresión de los más débiles, desprecio del hombre y muerte. El orden cristiano respeta la propiedad privada, protege la familia contra todo lo que la corrompe, fomenta el desarrollo de la familia numerosa y la presencia de la mujer en el hogar, deja una legítima autonomía a la iniciativa privada, alienta a la pequeña y a la mediana industria, favorece el retorno a la tierra y estima en su justo valor la agricultura, preconiza las uniones profesionales, la libertad escolar, protege a los ciudadanos contra toda forma de subversión y de revolución” (De “Carta abierta a los católicos perplejos”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1986).

Quienes promueven reforzar la religión mediante la razón, los “razonantes de Cristo”, no atribuyen a la tradición y a los ritos el mismo valor que les otorgan los “creyentes de Cristo”. Sin embargo, lejos están de consentir la destrucción de la religión tradicional como se viene haciendo desde hace varios años. John Eppstein escribió: “Es importante recordar que, aparte de la libertad que se les ha concedido, los obispos de varios países han venido haciendo otras dos cosas. Una de ellas es la modificación del culto público autorizada oficialmente por etapas. La otra, las instrucciones y los consejos oficiosos acerca de la «renovación litúrgica» emanados con intervalos de la Comisión Litúrgica de Roma”. “Los entusiastas han dado las interpretaciones más radicales y a menudo no autorizadas en absoluto a esas pautas. Y eso es lo que ha causado más estupefacción y escándalo, especialmente en países como Bélgica y Chile, en donde la jerarquía dio rienda suelta incluso cuando el Concilio Vaticano aún continuaba sus deliberaciones. En realidad, no se habían expresado en ninguna parte deseos de que se abandonara la liturgia latina, ni de que se eliminasen los ornamentos de culto a los que estaban habituados los fieles; y horrorizó a gran número de ellos ver que no sólo los crucifijos, las estatuas de los santos y los candelabros de los altares, sino también los cálices, copones y ornamentos sagrados se ponían en venta en el mercado de lance de los chamarileros de Bruselas y en las tiendas de antigüedades de París y Santiago. Las buenas gentes se juntaron para comprarlos y librarlos de lo que consideraron una profanación sacrílega”.

Recordemos que el accionar destructor hacia la Iglesia se observó luego del ascenso de Vladimir Lenin al poder, en la Unión Soviética. Si tenemos presente que la Iglesia de Chile fue la promotora ideológica del ascenso de Salvador Allende, no resulta sorprendente enterarse de tal accionar. Incluso la destrucción esencial de la Iglesia va más allá de los ritos y de los símbolos, ya que apunta a reemplazar los Evangelios por un disimulado y encubierto marxismo-leninismo bajo el rótulo de Teología de la Liberación.

Al punto de contacto entre cristianismo y marxismo se lo busca en el caso de los pobres. Así, el rico no entrará en el Reino de los Cielos por cuanto en su escala de valores predomina lo material relegando lo afectivo (moral) y lo cognitivo (intelectual). Tampoco entrará al Reino de los Cielos el pobre que en su escala de valores predomina lo material, y relega lo moral y lo intelectual. De lo contrario, la religión sería una rama derivada de la economía y no una cuestión asociada a los valores humanos. Para ser por siempre pobre, basta con ser vago, o con no tener miedo a la miseria ni tener ningún tipo de ambición material. Si algunos consideran que ése es el camino hacia la vida eterna, se trataría de un absurdo. El pobrismo eclesiástico favorece la pobreza y desalienta la generación de riqueza, y es la mentalidad que favorece tanto al populismo político como al subdesarrollo económico.

El paso siguiente es atribuir al rico todos los defectos y al pobre todas las virtudes, estando de esa manera más próximos del marxismo que del cristianismo. El pobrismo se “perfecciona” cuando se afirma que el rico es el único culpable de los males existentes en la sociedad por lo que se ingresa de lleno en el marxismo, promoviendo la violencia y el asesinato en gran escala, en caso de ser efectiva la prédica. Se relega la actitud del amor, que es la base del cristianismo, para reemplazarlo por la lástima que se ha de sentir por el “inferior”. Quien no pueda compartir las penas y las alegrías ajenas necesita “testigos” para hacer el bien en público, al más puro estilo populista.

La actitud cristiana hacia los pobres implica hacer algo concreto para ofrecerles trabajo, como es el caso de la formación de una nueva empresa. Por el contrario, sentir lástima por ellos, o bien odiar a los que sí pueden brindarles alguna solución, implica alejarse totalmente de lo que sugieren los mandamientos bíblicos.

Spinoza y la religión

Los escritos atribuidos a Baruch de Spinoza constituyen una postura religiosa que se identifica parcialmente con la religión natural. Sin embargo, al desconocerse en el siglo XVII tanto la evolución biológica como la cultural, la visión spinoziana no atribuye un sentido al universo y de ahí que no sugiera explícitamente un sentido de la vida para todo individuo, por lo que, como religión natural, su postura resulta ser incompleta; lo que en nada reduce el mérito de sus aportes destinados a la crítica y al esclarecimiento de la religión. Diego Tatián escribió respecto del mundo de Spinoza: “Es un mundo sin origen, sin fin y sin fundamento. Un mundo en el que se trata de vivir, en el que hay otros. Los seres humanos nos damos fines, nos son útiles algunas cosas y no otras, y nos mancomunamos para el logro de ciertos objetivos comunes. Pero el Dios de Spinoza, la Naturaleza en su conjunto, no va a ninguna parte. No hay un plan divino ni una redención ni una salvación ni un fin de los tiempos ni un autoconocimiento absoluto ni nada de todo eso. ¡Un completo hereje!” (De “Spinoza; una introducción”-Editorial Quadrata-Buenos Aires 2012).

En realidad, si se considera la existencia de leyes naturales que rigen todas y cada una de las partes del universo, incluido nosotros mismos, puede hablarse también de un orden natural. Luego, al igual que un juego que tiene reglas definidas y que hemos de describirlo, podemos asociarle un sentido implícito, aunque no esté escrito en ninguna parte. Por ello la visión de Spinoza resulta compatible con la religión natural. Por el contrario, si existiendo reglas y un orden emergente, no encontramos una finalidad implícita, podemos suponer una limitación de nuestra capacidad cognitiva, ya que resulta bastante dificultoso imaginar un organismo regido por leyes naturales invariantes que no tenga finalidad u objetivo alguno.

Las cosas comienzan a aclararse luego del descubrimiento, en el siglo XIX, de la evolución biológica de las especies, lo que da lugar a una idea similar con la evolución cultural, apareciendo como finalidad objetiva la adaptación del hombre al orden natural. Luego, la propia religión resulta ser el más antiguo de los adaptadores, si bien desde varios sectores se tiende a negar un proceso tan evidente. El principio de complejidad-conciencia, formulado por Pierre Teilhard de Chardin, puede asociarse a la finalidad aparente que el orden natural ha impuesto a la vida inteligente.

Tal principio resulta compatible con la visión de Spinoza en la que se supone que todo lo existente está realizado con una sustancia única. De donde resulta la evolución de la materia, que va desde las partículas fundamentales a los átomos, moléculas, células, organismos, etc., continuando con la evolución biológica que genera las distintas especies prosiguiendo luego con la evolución cultural. De ahí que podamos juntar los aportes de ambos autores para encontrar una propuesta de religión natural:

Religión natural = Spinoza + Teilhard

Por lo general, existe la pesimista predisposición a denigrar tales intentos por cuanto se supone que sus autores pretenden “reemplazar” a la religión tradicional. En realidad, estos intentos deberían considerarse como propuestas establecidas para confirmar y fortalecer la religión de la fe mediante el camino paralelo del razonamiento y de la observación.

Spinoza busca una religión desprovista de toda intermediación posible. Así, considera que la felicidad se adquiere junto a la virtud sin necesidad de ser recibida como un premio adicional. Diego Tatián escribió: “En la última proposición de la Ética, Spinoza escribe que: «La felicidad no es un premio que se otorga a la virtud, sino que es la virtud misma, y no gozamos de ella porque reprimamos nuestras concupiscencias, sino que, al contrario, podemos reprimir nuestras concupiscencias porque gozamos de ella». Así termina la Ética”. “Este pasaje, la última proposición de la Ética, es un texto muy importante. Porque ¿qué dicen todas las morales clásicas?: pues bien, atraviese virtuosamente este Valle de Lágrimas, y como premio a la virtud (es decir, a la represión, al hecho de contenerse, al ascetismo, a no permitirse inmediatamente ciertas cosas) tendrá la felicidad en otra vida”.

“Lo que Spinoza dice es que debemos actuar sin temor a ningún castigo. Los que se reprimen por temor a un castigo, los que si no tuvieran ese temor, es decir, si no creyeran que hay un Dios que es capaz de castigar, dejarían libres sus pasiones, son tan ridículos, tan absurdos, como lo sería un pez que por enterarse de que no hay Dios saltara del agua a la tierra. El pez tiene que vivir en el agua de la mejor manera, porque está en su naturaleza vivir en el agua, y no porque haya un Dios que lo va a castigar si no lo hace. Y si se entera de que no hay Dios, no tiene sentido que salte a la tierra, que haga otra cosa que la que hace por naturaleza. Eso es lo que dice Spinoza: hay que dejar de pensar bajo la lógica de la trascendencia y empezar a pensar –en todos los órdenes: en la vida individual, en la política, en la metafísica- con una lógica de la inmanencia”.

Por lo general, se sostiene la conveniencia de que la humanidad llegue un día a disponer de una religión común a todos los hombres, ya que la religión ha de ser universal o no será religión, en el sentido de “unir a los adeptos”. Sin embargo, encontramos personas que afirman de su propia religión que “debe aceptarse totalmente o rechazarse totalmente”, por lo que cierran todos los caminos hacia una posible unificación. Si el católico supone que alguna vez un musulmán va a aceptar “totalmente” su religión, o si el musulmán cree que algún día un católico va a aceptar “totalmente” la suya, podemos esperar tranquilos en que ello no va a suceder. De ahí las ventajas que presenta la religión natural al no sostener la existencia de un Dios con forma humana sino que parte directamente de lo concreto, de las leyes naturales invariantes que rigen todo lo existente. El citado autor agrega: “¿Qué hace Cristo? A un núcleo de verdad, que está en la base de la religión judía y de otras religiones, lo despoja de todas las formas y las configuraciones históricas bajo las cuales se había manifestado hasta entonces: ceremonias, ritos, mitos, cultos, castigos, premios, etc. Es como si Cristo despojara de esa «cáscara» histórica al núcleo de verdad de todas las religiones, que en sí mismo es ahistórico. ¿Y cuál es ese núcleo de verdad, para Cristo, según Spinoza?: el amor al prójimo, o –en una palabra- la fraternidad”.

Justamente, el carácter no histórico de la religión está asociado a la ley natural invariante asociada a todo lo existente, de donde proviene la sugerencia de contemplar al mundo “bajo una perspectiva de eternidad”. “El núcleo de verdad de todas las religiones es la fraternidad humana. Y Cristo viene a decir que esa fraternidad se instituye como una comunidad universal; no nacional, no particular, no local, no racial, sino absolutamente de todos los hombres. Este núcleo, esta idea, este mensaje de fraternidad tan antiguo como las religiones mismas, es presentado por Cristo en su forma pura –lo que Spinoza dice es que, inmediatamente, con la institución del cristianismo como religión, se adultera y se pierde, y vuelve a cobrar la forma histórica que Cristo lo había despojado. Entonces, de nuevo: ritos, ceremonias, sacramentos, castigos y premios: eso es el cristianismo histórico”.

Los Evangelios constituyen el cristianismo no histórico: lo que Cristo dijo a los hombres, mientras que la Iglesia constituye el cristianismo histórico: lo que los hombres dicen sobre Cristo. Este último “cristianismo” ha ido suplantando al primero hasta llegar al extremo de tergiversarlo totalmente con la aceptación por parte de la Iglesia de la Teología de la Liberación, que no es otra cosa que el vulgar marxismo-leninismo que tanto daño ha hecho a la humanidad. “En el Nuevo Testamento, el Apocalipsis de los tres sinópticos es el discurso del Señor a sus discípulos que le interrogan: «Dinos cuándo será esto y cuál la señal de tu advenimiento y del fin del mundo» (Mat. 24,3); pero poco o nada se dice allí acerca del Anticristo, salvo que se tenga por tal el versículo 15: «Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación, predicha por el profeta Daniel, instalada en el lugar santo»; lo cual puede entenderse quizá del Anticristo como «el que se ensalza sobre todo lo que se llama Dios o sagrado, hasta sentarse él mismo en el templo de Dios» según San Pablo (II Tes., 2,4)” (De “El hombre y la historia”-Alberto Caturelli-Editorial Guadalupe-Córdoba 1956).

Si a Spinoza y a Teilhard le agregamos la fundamentación de la Psicología Social, podremos disponer de una religión natural completa. Spinoza define con precisión tanto al amor como al odio; luego, con el concepto de actitud característica se vislumbra la existencia del egoísmo y la negligencia, que cubren todas las posibles respuestas afectivas básicas del ser humano, de donde se extrae una ética natural con tales actitudes materializando el Bien y el Mal. También se incluyen las componentes cognitivas dejando las cosas de tal manera que es posible una posterior fundamentación desde el ámbito de las neurociencias.

Religión natural = Spinoza + Teilhard + Psicología Social + Neurociencia

El juicio final, desde este punto de vista, puede interpretarse como el logro de una teoría que permite unificar gran parte del conocimiento aportado por las ciencias sociales. De la misma manera en que Newton, con la síntesis de la mecánica, o Maxwell, con la síntesis electromagnética, marcan una etapa en la que se establece un conocimiento organizado que permite incluir la totalidad de los fenómenos descriptos en tales ramas del conocimiento, así, a partir de la síntesis establecida en las ciencias sociales, se establece un conocimiento umbral que seguramente podrá constituir una etapa de reunificación tanto de ciencia y religión como de las distintas religiones entre sí. Esta es una propuesta más, entre otras que podrán presentarse y que con el tiempo se aceptará, o bien pasará a ser un nuevo intento que ayudará a establecer la descripción definitiva en un futuro algo más lejano.

En religión, varias veces se han producido conflictos entre los “aristócratas espirituales”, supuestamente elegidos por Dios y que tienen acceso por la fe a lo sobrenatural, por una parte, y los “plebeyos espirituales”, para quienes lo sobrenatural no es accesible, por lo que sólo les queda acceder a lo natural por medio del razonamiento, por otra parte. Como la preponderancia de los “aristócratas” ha tenido muy poco éxito, quizá sea la hora de probar con lo que proponen los “plebeyos”.