jueves, 9 de abril de 2015

Legitimidad del mensaje vs. legitimidad del mensajero

Es posible distinguir, entre las actitudes predominantes en la ciencia y en la religión, una valoración prioritaria del contenido de un mensaje, en el primer caso, ante una valoración prioritaria del mensajero, en el segundo caso. Mientras que en la ciencia experimental, la legitimidad de la información depende esencialmente de su compatibilidad con el mundo real, siendo el “mensajero” totalmente irrelevante, en el caso de la religión, el criterio aceptado es totalmente opuesto, ya que se supone que la veracidad de un mensaje depende de que el emisor sea un “auténtico” enviado de Dios, o Dios mismo, siendo su contenido aceptado en función de ese atributo asignado.

Respecto de la actitud del científico puede mencionarse la siguiente descripción dada por Richard R. Feynman: “Ahora les explicaré cómo buscar una nueva ley. Por regla general, la búsqueda de nuevas leyes sigue los pasos que voy a describir. Primero la conjeturamos. A continuación calculamos las consecuencias de nuestra idea primitiva para ver cuáles serían las consecuencias de ser cierta nuestra conjetura. Comparamos luego los resultados de nuestros cálculos con lo que sabemos, por los experimentos o por la experiencia, acerca de la naturaleza para ver si cuadran. Si están en desacuerdo con los experimentos es que la conjetura está equivocada. En esta simple afirmación radica la clave de la ciencia. No importa que nuestra conjetura sea hermosa, ni lo listo que sea uno, ni el nombre del autor. Si los cálculos no concuerdan con lo observado la conjetura no vale. Y esto es todo” (De “El carácter de la ley física”-Tusquets Editores SA-Barcelona 2000).

En cuanto a la actitud del religioso, puede mencionarse la postura de Francisco Manfredi, quien escribió: “La Biblia no se equivoca. Esto es consecuencia lógica de la Inspiración. Dios es el autor principal de la Biblia, y Dios no puede equivocarse. Escribe el Papa León XIII [respecto de los escritores sagrados]: «Dios mismo los excitó y movió con virtud sobrenatural a escribir y Él mismo les asistió mientras escribían, de tal manera que ellos concebían con exactitud en su mente, querían traspasar con fidelidad a la pluma y expresaban con infalible verdad todo y sólo aquello que Él les ordenaba escribir; de otra suerte, no podría decirse que Él es autor de toda la Sagrada Escritura»” (De “Historia del Antiguo y Nuevo Testamento”-Ángel Estrada y Cía. SA-Buenos Aires 1950).

A pesar de que, supuestamente, Dios es el autor de la Biblia, aparecen diversas interpretaciones de la misma, lo que conduce necesariamente a adoptar, al menos parcialmente, la actitud del científico, es decir, se debe tomar como referencia la propia realidad para valorar los efectos producidos por la prédica religiosa, además de considerar la coherencia lógica de los mensajes, para optar por alguna de las posturas en conflicto. Incluso el propio Cristo pareciera estar de acuerdo con la actitud del científico cuando advierte: “Por sus frutos los conoceréis….”, indicando que el mensaje verdadero legitima al emisor, y no que a priori el emisor legitima al mensaje.

Mientras que la fortaleza de la ciencia deriva de los cuestionamientos y las dudas que aparecen en la búsqueda de la verdad, la debilidad de la religión deriva de la certidumbre del que supone poseerla una vez que ha sido revelada. Sin embargo, en el ámbito de la ciencia no todo es incertidumbre, ya que se conoce con precisión una gran parte de la realidad, mientras que en religión existen verdades que han sido ocultas ante la predisposición de sus difusores a buscar justificaciones extrañas.

Durante las etapas iniciales del cristianismo surge el cuestionamiento acerca de la naturaleza de Cristo, ya que se discutía respecto de si era “igual” o “similar” a la de Dios. Si se optaba por la primera posibilidad, como efectivamente ocurrió, en cierta forma la Iglesia se aseguraba el triunfo ante las religiones rivales, mientras que en el segundo caso se aceptaba la posibilidad de una legítima competencia. Puede decirse que la Iglesia confiaba más en la divinidad del mensajero que en la veracidad del mensaje. Desde un punto de vista actual puede advertirse que la actitud adoptada implica negar la legitimidad de las demás religiones y así promover conflictos, mientras que la segunda posibilidad permite mostrar que la superioridad del cristianismo se justifica esencialmente por la veracidad del mensaje.

Desde el punto de vista de la religión moral, resulta un tanto indiferente tal tipo de cuestionamiento presuponiendo que lo que en realidad se busca es el logro de una masiva mejora ética. Ésta parece haber sido la opinión del emperador Constantino cuando desestima el conflicto entre quienes proponían la “igual” o la “similar” naturaleza de Cristo respecto de Dios. Los bandos en conflicto eran los “alejandrinos” (promotores del “igual”) y los “arrianos” (promotores del “semejante”). Gerardo Vidal Guzmán escribió: “Sea como fuere, una vez que el arrianismo se encontró dueño de la corte orientó todos sus esfuerzos a debilitar las proposiciones dogmáticas que se habían acuñado el año 325. Era difícil contradecir abiertamente ante el pueblo cristiano las tesis del prestigioso Concilio de Nicea. Más viable parecía transformar su significado. Y así se hizo acudiendo al más simple de los expedientes: el ortográfico. En Nicea se había declarado a Cristo «homoousios», «de la misma naturaleza que el Padre». Pues bien, intercalando una simple y minúscula iota griega en la palabra era posible transformar el sentido de la declaración: homoiousios significaba en griego de «naturaleza semejante». Se trataba de una argucia que evitaba al arrianismo toda descalificación teológica que proviniera de la autoridad conciliar y que lo habilitaba en pleno para continuar su obra de propaganda y expansión” (De “Retratos de la antigüedad romana y la primera cristiandad”-Editorial Universitaria SA-Santiago de Chile 2004).

La pequeña diferencia de una letra implica nada menos que la diferencia entre religión natural y religión revelada. Así, si se acepta que Cristo es el Hijo de Dios, o del orden natural, se tiene una religión natural enteramente compatible con la ciencia. Si, por el contrario, se acepta que Cristo es igual a Dios, se tiene una religión revelada incompatible con la ciencia. En el primer caso se considera que la religión surge del hombre, mientras que en el segundo caso se considera que surge de Dios. Jonathan Kirsch da su versión del conflicto: “En última instancia, los teólogos de ambos bandos consiguieron condensar la controversia entera en una elección entre uno o dos eslóganes. Una facción insistía en presentar a Dios y Jesús como homoousion, una palabra griega que puede traducirse hablando en plata como «hechos de lo mismo», es decir, que Dios el Padre y Dios el Hijo eran en realidad una y la misma divinidad. La otra facción porfiaba en presentarlos como homoiousion, o sea, «hechos de algo parecido», o lo que es lo mismo, que Dios el Padre podía y debía distinguirse de Dios el Hijo. Las dos palabras se escriben igual en griego con la salvedad de una minúscula letra, una iota, que convierte homoousion en homoiousion. La ironía fue inmortalizada por Edward Gibbon, quien se refiere a la crucial letra griega como «el importante diptongo». «Los profanos de todas las épocas –escribe con travieso buen humor- se han reído de los furibundos conflictos que la diferencia de un solo diptongo provocaba entre los homoousianos y los homoiousianos»”.

“Y no se trató de una mera guerra de palabras. Los seguidores de una facción o la otra estaban dispuestos a echarse a la calle con piedras y garrotes, quemar las iglesias rivales, presentar acusaciones falsas contra el enemigo ante las autoridades imperiales e incluso sacar a rastras y linchar a los sacerdotes y obispos del otro bando”. “Ningún aspecto de la educación pagana de Constantino lo había preparado para el avispero teológico en el que se adentró cuando se encomendó a la protección del dios cristiano” (De “Dios contra los dioses”-Ediciones B SA-Barcelona 2006).

Los enormes cambios que se derivan de la existencia, o no, de una letra, hacen recordar que las observaciones astronómicas en las épocas de Johannes Kepler, sobre la órbita del planeta Marte, detectan una pequeña diferencia, respecto de lo esperado, de un ángulo observado de 8 minutos de arco, lo que indicó al astrónomo la existencia de órbitas elípticas en lugar de circulares, abriendo las puertas a la posterior síntesis newtoniana de la mecánica y de la astronomía.

Los romanos se distinguieron de otros pueblos por su sentido práctico al priorizar resultados concretos sobre especulaciones teóricas. En cierta forma es la actitud que deberíamos adoptar en esta época, ya que ello implicará darle a la religión la misma prioridad ética que Cristo le dio; tal el cumplimiento de los mandamientos en lugar de adherir a creencias o planteos de tipo filosófico. De ahí que el emperador Constantino se haya dirigido a los líderes de los bandos contendientes de la siguiente manera: “He sabido el origen de vuestras diferencias. Tú, Alejandro, obispo de Alejandría, preguntaste a tus sacerdotes qué pensaba cada uno sobre cierto texto de la ley, o mejor dicho, sobre un punto y un detalle insignificante. Tú, Arrio, emitiste imprudentemente una opinión que no había que concebir o, si se concibiera, no había que comunicar. Desde entonces la división se estableció entre vosotros. Hubiera sido preciso no plantear estas cuestiones para evitar después tener que responderlas. Semejantes investigaciones no están prescriptas por ninguna ley, sino que han sido sugeridas por la ociosidad, madre de las discusiones inútiles. No es justo ni honrado que discutiendo con obstinación sobre un asunto de mínima importancia, abuséis de la autoridad que tenéis sobre el pueblo para enredarlo en vuestras disputas” (Citado en “Retratos de la antigüedad romana y la primera cristiandad”).

Para quienes establecen una prioridad ética para la religión y consideran su legitimidad según la veracidad y efectividad del mensaje, y no tanto del mensajero, se trata de “un detalle sin importancia”. La cuestión radica en saber si la postura posteriormente dominante fue la que mejor efectos produjo, ya que la expresión “creer en Cristo”, en lugar de considerarse como “creer en lo que Cristo dijo a los hombres”, fue reemplazada por “creer en lo que los hombres dicen sobre Cristo”. Así, si alguien está de acuerdo plenamente en que el mejor camino implica amar al prójimo como a uno mismo, está creyendo en la palabra del mensajero según su efectividad. En cambio, bajo el catolicismo triunfador luego del Concilio de Nicea, el “creyente en el Cristo idéntico a Dios” califica de herejes y expulsa del cristianismo a quienes priorizan el mensaje al mensajero, ya que, en lugar de considerar la ética como lo más importante, priorizan la creencia de tipo filosófico. De ahí que la frecuente “hipocresía del creyente” en realidad es la consecuencia necesaria de haber considerado una prioridad distinta a la que el propio Cristo adoptó al sintetizar “la ley y los profetas” en sus dos mandamientos.

El “detalle insignificante”, o que debió haberlo sido si la religión adoptaba una prioridad ética, se constituyó en un importante factor de conflictos y del posterior debilitamiento de la religión cuando pasó a ser el “detalle de mayor significado”.

jueves, 2 de abril de 2015

Cristianismo primitivo y antiguo

La religión cristiana nace entre los hebreos, un pueblo que formaba parte del Imperio Romano, quedando ligada su posterior difusión a dicho Imperio. Dos de sus principales promotores, Pedro y Pablo, el primero fundador de la Iglesia y el segundo su gran difusor, son ajusticiados precisamente en Roma como reacción ante la nueva religión que no aceptaba a las vigentes en ese entonces. Eric Frattini escribió: “San Pedro, llamado realmente Simón bar Joná, fue crucificado en el año 64 o 65 DC por orden del emperador Nerón. Condenado a morir en la cruz, San Pedro pidió ser crucificado cabeza abajo, ya que se consideraba indigno de morir de la misma forma que Jesucristo”. “San Pedro y San Pablo murieron en Roma, el primero en la colina vaticana y en segundo en la vía Ostiense” (De “Secretos vaticanos”-Editorial EDAF SA-Madrid 2003).

Quien promueve, sin quererlo, que los predicadores lleven el mensaje cristiano a todas las naciones, en cumplimento de la voluntad de su fundador, es el propio Saulo de Tarso (Pablo luego de su conversión y posteriormente San Pablo) quien se dedicaba a combatir a los primeros cristianos. Frank G. Slaughter escribió: “En Jerusalén, la práctica inicial en la Iglesia de compartir los propios bienes tuvo que ser abandonada, porque la congregación se veía obligada a reunirse en secreto para evitar la persecución de Saulo. Fueron tiempos de grandes calamidades para la joven iglesia, y si no hubiera sido por la fe y la confianza inconmovibles de Simón Pedro, hubiera sido destruida por completo”. “Algún día le vamos a agradecer a Saulo de Tarso por el favor que nos hizo cuando intentaba acabar con nosotros –dijo Bernabé con tristeza- ¿Qué harás ahora que las persecuciones han empezado a ceder, Pedro?”. “…Pienso que nuestro futuro está fuera de Jerusalén” (De “Tu eres Pedro”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2009).

En Roma, los sucesivos emperadores mantienen la prohibición a los cristianos de profesar su fe hasta que Constantino y Licinio, mediante el Edicto de Milán del año 313, les conceden los mismos derechos que al resto de los religiosos. Jonathan Kirsch escribió: “Constantino había puesto fin a la Gran Persecución y garantizado a los cristianos la misma libertad de culto que habían disfrutado los diversos credos paganos, pero todavía oficiaba de Pontifex Maximus en los colegios sacerdotales que preservaban y practicaban el culto al viejo panteón”.

Los cristianos se mantienen unidos mientras son víctimas de la persecución. Sin embargo, cuando ese peligro deja de existir, comienzan los conflictos internos, ya que surgen reproches desde quienes soportaron los castigos (los mártires) hacia los que cedieron para evitarlos. “No todo cristiano, sin embargo, contempló la Paz de la Iglesia como una bendición absoluta. Por la mayor ironía de todas, la libertad de culto que Licinio y Constantino establecieron en Milán fue la fuente de un tipo de terror completamente nuevo. Para el verdadero creyente en el monoteísmo, la libertad de abrazar cualquier fe conllevaba el riesgo de que algunos hombres y mujeres sumidos en las tinieblas abrazaran la fe equivocada. Para los cristianos rigoristas, el riesgo en sí resultaba intolerable: «Así pues, en el siglo que inauguró la Paz de la Iglesia –explica Ramsay MacMullen-, murieron más cristianos por su fe a manos de correligionarios cristianos de los que habían muerto en todas las persecuciones». Con la Paz de la Iglesia comienza un nuevo, notable y terrible fenómeno. Algunos cristianos se apresuran a convertirse de perseguidos en perseguidores” (De “Dios contra los dioses”-Ediciones B SA-Barcelona 2006).

“El primer obispo de la Iglesia de los Mártires de Cartago fue un hombre llamado Mayorino. Su sucesor fue Donato, de modo que los clérigos y fieles de la Iglesia de los Mártires llegaron a ser conocidos como donatistas”. “Los obispos cristianos que pretendían aplastar a los donatistas afirmaban actuar en nombre de la Iglesia «católica» y «ortodoxa». Según el significado literal de estos términos, «católica» significa «universal» y «ortodoxa» quiere decir «conforme al dogma»”. “Hacia el siglo IV, un obispo fue capaz de citar un total de 156 creencias y prácticas falsas dentro de la comunidad cristiana”.

Puede decirse que gran parte de los conflictos derivan, no de ponerse de acuerdo en lo que Cristo dijo a los hombres, sino en lo que los hombres dicen sobre Cristo. El caso más conocido fue el del sacerdote alejandrino Arrio. “Reducido a su más simple expresión –que es exactamente lo que el propio Arrio trataba de hacer- el arrianismo se basa en la idea en apariencia intrascendente de que Jesús es el Hijo de Dios y no el propio Dios. Al fin y al cabo, eso es exactamente lo que la Biblia cristiana dice de Jesús en la que tal vez sea su línea de texto más conmovedora y citada: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito- reza el versículo del Evangelio de San Juan- , para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna»”.

“Por supuesto, la creencia cristiana de que Dios engendró un hijo haciendo que una mujer concibiera era una noción que sus pares en el monoteísmo –los judíos- consideraran ajena y ofensiva. La teología judía sostenía que Dios podía otorgar a un hombre o mujer el don de la profecía o nombrar a un rey o conquistador para que realizase hazañas maravillosas como Mesías o «ungido», pero de ninguna manera engendraba hijos, fueran mortales o divinos”. “Lo irónico es que esa misma idea resultaba del todo plausible para los paganos a quienes los cristianos pretendían convertir al monoteísmo. En verdad, se trataba de un lugar común de los mitos y leyendas del paganismo: los dioses estaban tanto dispuestos como capacitados para engendrar hijos con mujeres mortales, según la manera pagana de pensar, aunque se creyera que un mortal era incapaz de hacer lo mismo con una diosa”.

“Además, el concepto de una relación padre-hijo entre Dios y Jesús era para los cristianos un modo práctico de explicar al mundo pagano lo que quiere decir el Nuevo Testamento cuando parece referirse no a una sino a tres divinidades: «Toda potestad me es dada en el cielo y en la Tierra- dice Jesús a sus discípulos, y les pone una tarea-: id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo». En cuanto Constantino accedió al trono –y en cuanto el Edicto de Milán legalizó el cristianismo-, las iglesias empezaron a llenarse de paganos curiosos dispuestos a escuchar a predicadores cristianos como Arrio, y él se expresaba con palabras y frases sacadas de las Sagradas Escrituras que ellos pudieran comprender”.

“Incluso Agustín, que participó en la lucha contra el arrianismo, reconoce en las Confesiones que no ha penetrado el misterio –la «Trinidad se me aparece en un espejo oscuro», escribe- y duda que nadie haya logrado una mayor comprensión. «¿Quién de nosotros comprende la Todopoderosa Trinidad? –dice con resignación- Rara es el alma que mientras habla de ella, sabe de lo que habla»”.

“¿Fue Jesús «engendrado», como insistían los arrianos con fervor? Es decir, ¿fue creado por Dios? ¿O era «ingénito», como insistían los antiarrianos con no menor pasión? O lo que es lo mismo, ¿era uno y lo mismo que Dios? ¿Creó Dios a Jesús ex nihilo («de la nada») o había coexistido eternamente con Dios?”. “Nos persiguen –protestaba Arrio en un resumen de los argumentos de sus enemigos contra él- porque decimos: «El Hijo tiene un principio pero Dios no tiene principio»”.

Desde el punto de vista de la religión natural, puede decirse que Cristo es el hijo del orden natural, considerando que la narración bíblica personifica o humaniza todo concepto religioso para expresarlo de una manera simbólica. Considera que la religión surge del hombre, como una necesidad imperiosa de adaptarse a las leyes naturales que conforman el orden natural, siendo el precio que nos impone dicho orden como precio para nuestra supervivencia. En el año 324, Constantino derrota y ejecuta a Licinio, quedando como único emperador. Al año siguiente se reúne el Concilio de Nicea en el cual Constantino tiene una importante participación. Jonathan Kirsch escribe: “Os deseo a todos paz y unanimidad –declaró el viejo guerrero que había empapado su espada con la sangre de sus enemigos derrotados, dentro y fuera del Imperio- El conflicto interno dentro de la Iglesia de Dios es mucho más maligno y peligroso que cualquier tipo de guerra”.

Con el tiempo, la fe en Cristo fue reemplazada por “la fe en los predicadores que hablan sobre Cristo”, siendo la religión moral reemplazada por una religión de misterios y de creencias poco accesibles al entendimiento. El cumplimiento de los mandamientos de Cristo quedó relegado ante el mérito de creer y obedecer las prioridades de la Iglesia. Tal es así que quien “no cree”, aunque ame al prójimo como a si mismo, no será considerado “cristiano” por la mayoría de sus supuestos seguidores; lo que confirma que no se trata ya de una religión moral, sino de algo distinto.

Posteriormente, se produce la separación de importantes sectores de la Iglesia, dando lugar a las congregaciones ortodoxa, anglicana y luterana. Eric Frattini escribe de la primera: “Era Silvestre I Pontífice cuando, en el año 330 y tan solo por una cuestión administrativa, se creó la iglesia ortodoxa. Con el paso de los siglos las separaciones administrativas se convirtieron en abismos doctrinales. En el año 1204 el papa Inocencio III ordenó a los cruzados el saqueo de la sede patriarcal de Constantinopla”.

En cuanto a la segunda: “El monarca quería divorciarse de la reina Catalina de Aragón para poder casarse con Ana Bolena. El papa Clemente VII negó el permiso a Enrique VIII, y este pidió entonces al Parlamento que apoyase la creación de la Iglesia de Inglaterra con el propio monarca como cabeza de la misma”.

En cuanto al origen del protestantismo, escribe: “En 1510 Martín Lutero visitaba Roma cuando descubrió la pompa, el boato y el exceso que se vivía en la corte del papa Julio II. A su regreso, y decepcionado con lo que vio, Lutero decidió crear una iglesia cismática de Alemania y los países escandinavos. La Iglesia luterana carece de un solo dirigente, pero los líderes de todas las comunidades luteranas formaron a finales de los años cuarenta una Federación Mundial con el fin de unificar criterios en materia de dogma”.

La unión de las diversas iglesias cristianas se establecerá, posiblemente, cuando las investigaciones en ciencias sociales y en neurociencias aclaren suficientemente el origen de nuestra conducta moral y tiendan a reemplazar paulatinamente a los misterios y dogmas de las Iglesias que, como antes se dijo, sólo consiguieron relegar los mandamientos éticos que Cristo consideraba prioritarios.

lunes, 30 de marzo de 2015

La revolución interior

En cuestiones humanas y sociales, se entiende por revolución al cambio que se produce en un individuo, o en la sociedad, y por el cual dejan de ser lo que son y comienzan a ser otra cosa. Si se trata de un cambio individual favorecido por una prédica religiosa, se habla entonces de una conversión. Por lo general, se buscan mejoras bajo dos alternativas posibles:

a) A partir de la mejora individual se busca, además, la social
b) A partir de la mejora social se busca, además, la individual

La primera alternativa caracteriza al cristianismo, ya que busca la conversión de pecadores en justos, para que en ellos reine la justicia de Dios a través de sus leyes. Augusto Cury escribió: “Cristo tenía conocimiento de la miseria social del ser humano y de la ansiedad que estaba en la base de su supervivencia. Quería sinceramente aliviar esa carga de ansiedad y tensión que cargamos a lo largo de nuestras vidas. Aunque tenía plena consciencia de la angustia social y del autoritarismo político que las personas vivían en su época, él detectaba una miseria más profunda que la sociopolítica, una miseria presente en lo más íntimo del ser humano y fuente de todas las otras miserias e injusticias humanas”.

“Actuaba poco sobre los síntomas: su deseo era atacar las causas fundamentales de los problemas psicosociales de la especie humana. Por eso, al estudiar su propósito más ardiente, comprendemos que su revolución era en lo íntimo del hombre, y no en la política. Un cambio que se inicia en el espíritu humano y se expande por toda su psique renovando su mente, expandiendo su inteligencia, transformando íntimamente la manera en la cual el ser humano se comprende a sí mismo y el mundo que lo rodea, garantizando así un cambio psíquico y social estable”.

“Cristo predicaba que solamente por medio de esa revolución silenciosa e íntima seríamos capaces de vencer la paranoia del materialismo no inteligente y del individualismo y desarrollar los sentimientos más altruistas de la inteligencia, como la solidaridad, la cooperación social, la preocupación por el dolor de los demás, el placer contemplativo, el amor como fundamento de las relaciones sociales” (De “El Maestro de maestros”-Grupo Nelson-Nashville 2008).

El mensaje cristiano excluye otras sugerencias éticas. Y ello se debe a que tiene en cuenta las posibles respuestas del hombre en distintas situaciones y elige la mejor de ellas, o la que mejores resultados produce. Así, supongamos el caso de una persona que sufre algún percance o alguna enfermedad. Las posibles respuestas serán: a) Se comparte ese dolor, b) Se responde con indiferencia, c) Se recibe con alegría. Y ante una situación de alegría: a) Se comparte esa alegría, b) Se responde con indiferencia, c) Se recibe con tristeza.

Adviértase que en ambos casos se han mencionado todas las respuestas posibles que se producirán en las restantes personas, aunque con distintas intensidades emocionales. Como el amor al prójimo implica compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, una vez que se ha enunciado el mandamiento respectivo, resulta ser el único camino para encontrar la felicidad y para cumplir con la aparente voluntad del Creador, o la finalidad implícita en el orden natural. Sin embargo, desde la filosofía y desde las ciencias sociales, al buscarse una ética elaborada por “métodos terrestres”, se deja de lado algo tan simple y evidente. Adviértase que el mandamiento del amor al prójimo es tan fácil de comprender como difícil de poner en práctica, debido precisamente a su generalidad.

Las distintas éticas propuestas son consecuencias de las diversas posturas filosóficas establecidas; de ahí la síntesis enunciada por Wilhelm Dilthey:

1) La metafísica de la razón ética universal y el principio de la acción moral en un Reino de Dios
2) La metafísica de la razón contemplativa y el principio de la negación del mundo
3) La metafísica de las fuerzas conformantes y el principio de la autoconservación
4) La metafísica del materialismo y el principio de la animalidad
(De “Sistema de la ética”-Editorial Nova-Buenos Aires 1973).

La ética cristiana, si bien se adapta a la primera de las posturas mencionadas, puede prescindir de cualquier perspectiva filosófica ya que implica ciertamente una simple elección entre el bien y el mal surgida ante lo evidente y el sentido común.

Al existir en el hombre una tendencia a competir, debe orientarse tal competencia hacia uno mismo, como la del deportista que mejora sus marcas sin pensar tanto en los demás. La competencia constructiva y exitosa exige lo máximo de cada uno, mientras que la competencia destructiva tiene en cuenta al adversario sin tener un parámetro de comparación propio, u objetivo, que le permita superarse cada día. De ahí que sea tan importante el acierto propio como el error o la debilidad del adversario. En cuestiones éticas, tal parámetro de referencia será nuestra capacidad de compartir las penas y las alegrías de los demás.

En nuestra época, se hace necesario despojar de símbolos al mensaje religioso traduciéndolo al lenguaje científico; no para suplantarlo, sino para fortalecerlo. A quienes se oponen a tal alternativa sosteniendo una postura tradicionalista, se les puede preguntar si estiman que los resultados de la difusión actual del cristianismo resultan adecuados a las necesidades de la sociedad.

Las ciencias sociales admiten la posibilidad de esa traducción, tal el caso de la Psicología Social, cuya finalidad es la descripción de los efectos que las distintas ideas o creencias producen. Edwin Hollander escribió: “El carácter distintivo de la Psicología Social surge de dos factores fundamentales: primero, su interés en el individuo como participante en las relaciones sociales; segundo, la singular importancia que atribuye a la comprensión de los procesos de influencia social subyacentes bajo tales relaciones” (De “Principios y métodos de psicología social”-Amorrortu Editores SA-Buenos Aires 1968).

En el caso de la Sociología, existen las dos alternativas mencionadas en un principio, es decir, de describir al individuo partiendo de la sociedad, o bien de describir la sociedad a partir del individuo como instancias previas al cambio. Emile Durkheim, la figura representativa de la primera alternativa, escribió: “La sociedad no es mera suma de individuos, sino que el sistema formado por su asociación representa una realidad que tiene características propias”. Raymond Boudon, por su parte, adhiere a una postura próxima a la adoptada por la Psicología Social, escribiendo: “Para explicar un fenómeno social cualquiera (sea éste atinente a la demografía, a la ciencia política, a la sociología o a cualquier otra ciencia específica), es indispensable reconstruir las motivaciones de los individuos involucrados en el fenómeno en cuestión, y percibir este fenómeno como resultado de la sumatoria de los comportamientos individuales dictados por esas mismas motivaciones” (Citas en “Las nuevas sociologías” de Philippe Corcuff-Siglo Veintiuno Editores-Buenos Aires 2014).

La principal oposición al cambio social por medio de la revolución interior, es la sostenida por los impulsores de revolución social, en la que promueven la violencia entre el sector “inocente” respecto del “culpable”. Se trata que el individuo pierda o renuncie luego a sus objetivos y atributos personales para ser absorbidos por un colectivismo impuesto por la clase social triunfante luego de una ardua contienda. Quienes promueven la revolución social, aducen por lo general la búsqueda de la liberación respecto de algún imperialismo que oprime al individuo. Sin embargo, olvidan los éxitos que en ese sentido obtuvo el Mahatma Gandhi, quien liberó a la India utilizando principalmente métodos pacíficos orientados al individuo. Por el contrario, quienes promovieron el colectivismo lograron como resultado esclavizar a sus propios pueblos en lugar de liberarlos, siendo el precio pagado por contradecir todo lo sugerido por el cristianismo. Alberto Orlandini escribió: “La URSS se comportó de modo imperial, y Fidel tuvo el papel de peón, aportando sangre cubana”. “Los asesores soviéticos vivían separados de la población cubana, habitaban viviendas aisladas que dejó la burguesía, tenían transporte propio, compraban en tiendas para extranjeros, e iban a las playas separadas de la gente, un verdadero apartheid”.

Los imperios que desconocen la naturaleza humana son denominados “gigantes con pies de barro”, por cuanto sus objetivos resultan opuestos a los que vienen implícitos en la ley natural, con el correspondiente sufrimiento padecido por las involuntarias víctimas de la revolución social. El citado autor agrega: “Los sovietólogos estadounidenses se sorprendieron ante el derrumbe de la URSS desde adentro. La caída de la URSS no fue provocada por los servicios de inteligencia de EEUU, se derrumbaron por la errónea concepción de querer dirigir la economía por el Estado, la falta de entusiasmo, creatividad e incentivos de los trabajadores, el déficit habitacional, la miseria de la alimentación, la mala calidad de los electrodomésticos y de los automóviles, la pobreza de la cultura y la corrupción. Las únicas cosas que la URSS producía con calidad eran armas. Desde la época de Stalin se privilegió a los ingenieros y constructores de armamento y aviones” ” (De “Memorias de un médico argentino en Cuba”-Editorial Dunken-Buenos Aires 2014).

Las crisis que afrontan las sociedades actuales se deben principalmente al reemplazo de la búsqueda de una finalidad de la vida por la búsqueda del progreso material. Fulton J. Sheen escribió: “La tercera idea que se está liquidando hoy es el racionalismo, entendido en el sentido de que la finalidad suprema de la vida no es el descubrimiento de su sentido y objetivo, sino solamente el logro de nuevos progresos técnicos para hacer de este mundo una ciudad del hombre que desaloje a la Ciudad de Dios. El racionalismo bien entendido es la razón preocupada por los medios y los fines para llegar a un objetivo; el racionalismo moderno es la razón interesada por los medios con exclusión de los fines. Esto se justificó sobre la base de que el progreso tornaba imposible los fines. El resultado fue que el hombre, en vez de avanzar hacia un ideal, cambió de ideal y llamó al nuevo progreso”.

“La reacción se ha operado y el hombre que abandonó su razón al servicio adecuado del término, descubre que el Estado se ha asegurado su prioridad como razón planificadora, de modo que ahora no hay más razón que la del Estado, lo cual es fascismo, o la razón de clase, que es el comunismo, como hubo antaño la razón de raza, que era el nazismo. Otras manifestaciones de irracionalismo aparecen en el freudismo, que hace del subconsciente el principio determinante de la vida, o el marxismo, que suplanta a la razón por el determinismo histórico, o en la astrología, que culpa a las estrellas” (De “El comunismo y la conciencia occidental”-Editora Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1961).

Libre examen y subversión

El surgimiento del protestantismo trajo asociada la propuesta del Libre Examen, esto es, la posibilidad de una interpretación libre de las Sagradas Escrituras sin atenerse a las directivas provenientes de la Iglesia Católica. Teniendo presente el principio de que “todos los extremos son malos”, puede decirse que no es lo ideal que un individuo pierda su libertad de pensamiento para someterse a la autoridad intelectual de otros hombres como tampoco es lo ideal que cada uno interprete y piense de la Biblia lo que le venga en ganas. Jordán Bruno Genta escribió: “Le debemos a Lutero la primera Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, esto es, del Libre Examen aplicado a las cosas de Dios: «Libertad del individuo y derecho de cada cual a guiarse por la experiencia de su propio espíritu…Si has recibido la Palabra por la Fe, considera cumplidos todos los preceptos y considérate a ti mismo libre en todo…Todos los sacramentos quedan entregados a tu libertad personal»” (De “Libre examen y comunismo”-Ediciones Dictio-Buenos Aires 1976).

En realidad, si uno concurre a cualquier congregación protestante y propone practicar el “libre examen” de lo que allí se dice, pronto le sugerirán que se vaya a otra congregación en la que uno pueda adaptarse mejor a la “libre interpretación” de la Biblia. Por lo general, se busca la disolución de la autoridad, en una primera etapa en la que surge el caos, para ser suplantada luego por otra nueva. El citado autor agrega: “La subversión de lo divino y sobrenatural promovido por la dialéctica del Libre Examen tenía que continuarse necesariamente con el arrasamiento de todas las distinciones y jerarquías naturales en lo político y social, tal como nos ilustra el sutil ingenio de Juan Luis Vives: «¿Qué diré de la dignidad, del honor, del Imperio? Suprime hoy los senadores, los cónsules, el príncipe y mañana existirán por cada doce senadores suprimidos, doce mil; por cada dos cónsules, dos mil: y mil príncipes por el que suprimieras»”. “Y por esta pendiente se llega finalmente a la negación de la Propiedad Privada, la distinción y jerarquía externas de la persona y sostén de la libertad familiar”.

Juan Luis Vives advertía sobre los efectos del Libre Examen ya en 1535: “En otro tiempo, en Alemania, las cosas de la piedad estaban de tal suerte constituidas que se mantenían firmes y estables…Mas alguien advino que se atrevió a discutir algunas, al principio moderada y medrosamente, muy luego sin rebozo…para negarlas, suprimirlas o rechazarlas, mostrando tanta seguridad como si el objeto hubiese bajado del cielo conociendo los secretos designios de Dios, o se tratase de coser un zapato o un vestido…De las discrepancias de opiniones surgió la discordia de la vida…y entonces, a los que habían suscitado la guerra en el fementido nombre de libertad e injustísima igualdad de los inferiores con los superiores sucedieron los que decretaron, pidieron y exigieron no ya aquella igualdad, sino la comunidad de todos los bienes”.

“Crea, pues, hombres nuevos y entonces esa República de Platón, no solamente zaherida por los filósofos sino rechazada por la naturaleza misma de las cosas, podría tener existencia. Porque con los hombres tales como son y con las pasiones que les mueven, en vez de la comunidad se obtendrán odios, discusiones, pendencias, contiendas y guerras, ya que nuestra naturaleza repudia la comunidad de bienes, la rehúye, la repele” (“De la comunidad de los bienes”).

La actitud de protestantismo contempla la “justificación por la Fe”, antes que por las obras, lo que en cierta forma transforma la religión ética en una religión contemplativa. Jordán Bruno Genta escribe al respecto: “Lutero es también el precursor del hombre nuevo, con su famosa tesis de la justificación por la sola Fe, sin las obras: de que el hombre no es libre para el bien; y la razón no alcanza verdaderamente lo espiritual”. “Aparentemente hace radicar la salvación en el mérito exclusivo de Cristo; pero, en verdad, divide la ciencia y la vida temporales de la Fe y de la Iglesia de Cristo. Si ya estamos justificados o condenados y nada significan nuestras obras para la salvación o perdición en la eternidad, esta vida de aquí abajo nada tiene que ver con la vida de allá arriba. El único punto de incidencia es la experiencia íntima de la Fe que para lo único que sirve es para la piedra libre del pecado: «Sé pecador, un verdadero pecador, y peca de firme: pero cree más firmemente todavía» (Lutero)”.

Se advierte que la labor destructiva de Lutero no apuntaba sólo a la Iglesia Católica, que ya realizaba su propia tarea autodestructiva, sino al cristianismo, ya que relegar la ética cristiana a un lugar secundario implica su debilitamiento total. La prioridad de la fe sobre las obras, o sobre la conducta, tiende a empeorar a las personas en lugar de mejorarlas. Esto se advierte especialmente en los adolescentes, que por lo general fingen menos que los adultos, cuando cometen errores voluntariamente, en especial cierto trato irrespetuoso hacia los mayores por cuanto creen estar previamente “purificados por el Espíritu Santo”, quien les otorgaría cierta libertad para cometer pecados estando disculpados de antemano por dicha creencia. Es decir, lo que comúnmente se denomina “hipocresía del creyente”, tiene su sustento y justificación en la creencia de la prioridad de la fe a la conducta.

Un impacto similar al provocado por la aparición del protestantismo, se derivó del Concilio Vaticano II (1963 a 1965). Los cambios que se introdujeron fueron abriendo las puertas de la Iglesia a la intromisión del marxismo-leninismo haciéndose evidente que la destrucción de la Iglesia conducía en forma inmediata a la destrucción de la sociedad. La apertura mencionada consistía en la adhesión al pluralismo y a la libertad religiosa mediante los cuales la Iglesia admitía cierta igualdad respecto de otras religiones. Le negaba a Cristo aquello de “Yo soy la verdad, el camino y la vida” por cuanto supone que existe algún camino paralelo al amor al próximo que ha de producir efectos similares en los seres humanos, incluso admite tácitamente que los caminos alternativos pueden ser varios.

Excluyendo las actitudes del fanático que afirma que su propia religión es la mejor y la verdadera, resulta evidente que todas las religiones son distintas y que su seguimiento ha de producir también distintos efectos. De ahí que, en un momento histórico determinado, una de ellas ha de estar más cerca de la verdad que otras y ha de producir mejores efectos que las demás. Cuando un sacerdote católico no está convencido que el cristianismo es la mejor religión, debe dejar los hábitos y dedicarse a otra cosa en lugar de aceptar el pluralismo cuya idea subyacente es que “todas las religiones son iguales” o que “cualquiera de ellas produce similares efectos”. Mons. Marcel Lefebvre escribió: “Dos esquemas habían sido elaborados antes del Concilio Vaticano II en la Comisión Central Preparatoria. Uno, intitulado «De la tolerancia religiosa», era sostenido por el cardenal Ottaviani. Era un texto muy bello, muy ceñido a la doctrina tradicional”. “El otro estaba presentado por el cardenal Bea. Se intitulaba «De la libertad religiosa» y contenía, a mi parecer y al de un número no desdeñable de padres, afirmaciones insostenibles y hasta groseros errores con respecto a la Verdad y a la Iglesia eterna. Por ejemplo, mientras la Iglesia proclamó siempre que no había salvación fuera de Jesucristo, el esquema del cardenal Bea afirmaba que todo hombre, siguiendo simplemente a su conciencia, puede alcanzar su salvación eterna” (De “Sí y no”-Editorial Iction-Buenos Aires 1978).

Los diversos conflictos religiosos se han producido, históricamente, entre los defensores de la verdad en contra de los defensores del error y la mentira, si bien las cosas nunca estuvieron del todo claras respecto a quién poseía la verdad y quién estaba en el error, por lo que el cardenal Agustín Bea supone que quien aduce tener la verdad debe en cierta forma atenuar sus pretensiones de difundirla entre los demás. Al respecto escribió: “En el nivel práctico, puede objetarse que aun garantizada la revelación de Dios, un cuerpo organizado que pretende ser el fiel depositario del mensaje de Dios, o sea la Iglesia Católica, en realidad se convirtió en una entidad monárquica, monolítica, centralizada, que reforzó una especie de férrea disciplina de tipo militar, que sofoca la libertad de pensamiento, de iniciativa y de decisión personal”.

“El principio de la supremacía e infalibilidad papal contiene en sí mismo una teoría absolutista, con las inherentes posibilidades de abuso de autoridad y prácticamente, de tiranía. Además, el presente Concilio sólo alivia el autoritarismo esencial, diluyéndolo un poco. Pero sigue todavía en pie la objeción principal de que la Iglesia Católica pretende someter las conciencias de los hombres, de una manera contraria al pensamiento moderno y a los principios democráticos, que se aceptan cada vez más como normativos, y que son los únicos que mantienen la dignidad y libertad humanas” (De “Unidad en la libertad”-Editorial Troquel-Buenos Aires 1965).

La “dictadura” de los Papas pronto fue cediendo a la de los cardenales hasta llegar el momento de entronarse los propios marxistas-leninistas en lugares claves de la Iglesia. Mons. Marcel Lefebvre escribió: “«Comunistas, ¿qué solicitáis para que podamos tener la felicidad de recibir a algunos representantes de la Iglesia Ortodoxa rusa en el Concilio?, ¡algunos emisarios de la KGB!». La condición exigida por el patriarcado de Moscú fue la siguiente: «No condenéis al Comunismo en el Concilio, no habléis de este tema», y además «manifestad apertura y diálogo hacia nosotros». Y el acuerdo se hizo, la traición fue consumada: «De acuerdo, no condenaremos al comunismo». Esto se ejecutó al pie de la letra; yo mismo llevé, junto con Mons. Proenca Sigaud, una petición con 450 firmas de Padres conciliares al Secretario del Concilio Mons. Felici, pidiendo que el Concilio pronunciara una condenación de la más espantosa técnica de esclavitud de la historia humana, el comunismo. Después, como nada ocurría, pregunté qué había sido de nuestro pedido. Buscaron y finalmente me respondieron con una desenvoltura que me dejó estupefacto: «Oh, su pedido se extravió en un cajón…». Y no se condenó al comunismo; o más bien, el Concilio cuya intención era discernir los «signos de los tiempos», fue condenado por Moscú a guardar silencio sobre el más evidente y monstruoso de los Signos de estos tiempos!”. “Está claro que hubo en el Concilio Vaticano II un entendimiento con los enemigos de la Iglesia, para terminar con la hostilidad existente hacia ellos. ¡Es un entendimiento con el diablo!” (De “Le destronaron”-Ediciones San Pío X-Buenos Aires 1987).

De la misma manera en que la Iglesia Católica pidió disculpas ante los reiterados abusos sexuales cometidos por algunos de sus sacerdotes, debe también hacerlo por los asesinatos de miles de victimas inocentes inducidos por curas marxistas-leninistas, como principales promotores ideológicos de la subversión. Sólo de esa manera demostrará la Iglesia que aun le queda algo de la dignidad de otras épocas, o de la que debería haber tenido.

domingo, 29 de marzo de 2015

Del Dios Padre al Estado paternalista

La teología, en un sentido amplio, es el estudio acerca de Dios a lo largo de la historia y en los distintos pueblos. Los atributos con los que se caracteriza al Creador de todo lo existente difieren en cada caso ya que se hace referencia a un ente invisible que, sin embargo, determina el destino de la vida de cada hombre y de cada pueblo, dando sentido a la expresión de William James: “Dios es real porque produce efectos reales”.

Las distintas actitudes adoptadas frente a Dios surgen de una previa asignación de atributos conferidos. Así, quienes le asocian la imagen de un Dios justiciero que castiga a los hombres cuando éstos no responden a sus mandatos, como ocurre en el Antiguo Testamento, adoptan una actitud temerosa ante la idea siempre presente de los riesgos que corren ante una desobediencia o una infidelidad. En el otro extremo, quienes suponen que no existe algo parecido a un Dios con atributos humanos ni tampoco un orden natural que nos involucra, posiblemente intentarán ocupar su lugar diseñando ordenamientos artificiales pretendiendo imponerlos a los demás.

Cada imagen que se ha hecho de Dios, como se dijo, genera una distinta actitud en cada hombre, conduciendo a un orden social emergente que podrá evaluarse según sus resultados. De ahí que la mejor idea de Dios será la que produzca los mejores individuos y la mejor sociedad. Al menos esta posibilidad sirve para descartar propuestas cuyos efectos sean opuestos a los buscados. Los seres humanos tienden a unirse cuando coinciden en los atributos conferidos a Dios y tienden a rechazarse cuando difieren, ya que las respuestas individuales tenderán a ser diferentes.

Algunos autores ven en las coincidencias la posibilidad de agruparse para pretender luego imponer su religión a los demás pueblos produciendo efectos similares a los que provoca todo nacionalismo. Fedor Dostoievsky escribió a través de uno de sus personajes literarios: “El pueblo es el cuerpo de Dios. Toda nación sólo se conserva como tal mientras tiene su dios propio, y a todos los demás dioses del mundo los excluye sin excepción alguna; mientras, cree que con su dios ha de vencer y echar del mundo a todos los demás dioses. Así han creído todas, desde el principio de los tiempos, todas las grandes naciones; por lo menos, todas las que por algo han descollado, todas las que se han puesto a la cabeza de la humanidad. Contra los hechos es imposible arremeter”.

“Los hebreos vivieron únicamente para aguardar al dios verdadero. Los griegos divinizaron la Naturaleza y legaron al mundo su religión, es decir, la filosofía y el arte. Roma divinizó la nación en el imperio, y dejó a las naciones el imperio. Francia, en el curso de toda su larga historia, fue solamente la encarnación y desarrollo de la idea del dios romano, y cayó en el ateísmo, que ellos llaman socialismo sólo porque el ateísmo es, a pesar de todo, mejor que el catolicismo romano”.

“Cuando una gran nación no cree que sólo ella posee la verdad (sólo ella, y sólo ella exclusivamente), si no cree que es la única capacitada y predestinada para resucitar y salvar a todos por medio de su verdad, en seguida se convierte en un material etnográfico, pero deja de ser una gran nación. Una verdadera gran nación nunca puede avenirse al papel secundario, sino irremisible y exclusivamente al primero. La nación que pierde esa fe, deja de ser nación. Pero la verdad es una, y, por lo tanto, una sola de las naciones puede poseer al dios verdadero, aunque las demás tengan también sus dioses propios y grandes. La única nación «deífera»….es la nación rusa” (Citado en “El nacionalismo” de Hans Hohn-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 1966).

Si cada pueblo propone un dios y luego se evalúan sus efectos, la teología adopta una postura similar al resto de las ramas de la ciencia experimental ya que luego se seleccionará, mediante prueba y error, la religión que mejor nos adapte al mundo real. Para ello deberá tenerse presente la existencia de lo único concreto y objetivo que disponemos para llegar a una decisión afortunada; las leyes naturales invariantes que rigen todos y cada uno de los rincones de nuestro universo, incluidos nosotros mismos. William James escribió: “Resumiendo a grandes trazos las características de la vida religiosa, incluyen las siguientes creencias:

1- Que el mundo visible constituye una parte de un universo más espiritual del que extrae su sentido esencial.
2- Que la unión o la relación armónica con este universo superior es nuestro verdadero objetivo.
3- Que la plegaria o la comunión íntima con el espíritu trascendente, ya sea «Dios» o «ley», constituye un proceso donde el fin se cumple realmente, y la energía espiritual emerge y produce resultados precisos, psicológicos o materiales en el mundo fenomenológico.

La religión incluye también las características psicológicas siguientes:

4- Un entusiasmo nuevo que se agrega a la vida en calidad de un don o presente, tomando la forma de encantamiento lírico o llamada a la honradez y al heroísmo.
5- Una seguridad y sensación de paz, y, en relación con los demás, una preponderancia de sentimientos amorosos (De “Las variedades de la experiencia religiosa”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1994).

La vida religiosa y los modelos de Dios propuestos surgen de necesidades espirituales primarias. Así como el alimento para el cuerpo es imprescindible para nuestra supervivencia, también lo es el alimento espiritual. En cuanto a las “raíces de la religiosidad”, J. Ma. Rovira Belloso menciona las siguientes:

1- La religión es el sentimiento de la absoluta dependencia: “Friedrich Schleiermacher más que una teoría del origen de la religión intenta una definición de la misma”.
2- La religión brota del desvalimiento que desea la protección del padre: Sigmund Freud escribió: “Dios es la superación del Padre, y la necesidad de una instancia protectora –la nostalgia de un padre- es la raíz de la necesidad religiosa” (“El Porvenir de una ilusión”).
3- La religión como expresión de la estructura autoconsciente y relacional de la persona: para Romain Rolland “esta fuente última de lo religioso es la «sensación de eternidad», una experiencia esencialmente subjetiva: “un sentimiento como de algo sin límites ni barreras, en cierto modo «oceánico»”.
4- La religión es el “suspiro de la criatura oprimida”: “La miseria religiosa es, por una parte, expresión de la miseria real y, por otra, la persona contra la miseria real. La religión es el suspiro de la persona oprimida, el alma de un mundo sin corazón, al igual que es el espíritu de un mundo en el que el espíritu está excluido. Es el opio del pueblo (Karl Marx)” (Citas de “Revelación de Dios, Salvación del hombre” de J. Ma. Rovira Belloso-Ediciones Secretariado Trinitario-Salamanca 1979).

Podría agregarse otra raíz de la religiosidad:

5- Encontrar un sentido de la vida: “Entre los siglos 800 y 300 AC, en el periodo que los historiadores denominan era axial, la busca del sentido de la vida giró en torno a figuras como Buda, Sócrates, Confucio y Jeremías, todos los cuales compartían la idea de que la vida tiene una dimensión trascendente o espiritual, a la que ellos intentaban dar forma por primera vez” (De “50 cosas que hay que saber sobre Religión” de Peter Stanford-Ariel-Buenos Aires 2013).

Una opinión influyente ha sido la de Marx; para quien la religión no es más que un calmante que se utiliza para encubrir los verdaderos síntomas de enfermedad espiritual, o del sufrimiento humano, por lo que estima que el verdadero remedio consiste en la abolición de la propiedad privada de los medios de producción. En cierta forma supone que cubiertas las necesidades primarias para el cuerpo (alimentos) las demás vendrán por añadidura. Esto contrasta con lo expresado por Cristo: “Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”. A partir de la idea de Freud acerca de la necesidad de protección de tipo paternalista junto a la idea de las necesidades primarias de Marx, se ha propuesto el cambio de la religión en la que predomina la idea de un Dios Padre, que cubre tanto las necesidades espirituales como materiales del hombre, a un Estado paternalista (el socialismo) que lo reemplazaría con mayor eficacia. De ahí que varios autores consideran al marxismo-leninismo como una “religión” adicional.

La “nueva religión atea” se instala primeramente en la nación que pretendía lograr trascendencia mediante la idea de cierto mesianismo. Como ha resultado típico en el marxismo-leninismo, siempre trató de infiltrarse en algún sector o actividad que muestra debilidades, para deformarlos y para amoldarlos a sus propios fines. Alfredo Sáenz escribió: “El marxismo es enemigo frontal de la religión. El odio al misterio, la lucha contra el misterio, he ahí el pathos que lo dinamiza. Su filosofía, esclava del tiempo presente, no medita jamás sobre el sentido del sufrimiento y de la muerte, sobre el minusvalor de lo efímero, sobre la eternidad. Sin embargo su lucha no es la de un ateo escéptico, sino la de un creyente invertido, la del que cree….pero en la antirreligión”. “Lo que intenta es elaborar una especie de teología al revés, una teología del más acá en donde el Hombre venga a ocupar el lugar de Dios. En el fondo no hay ateísmo sino antiteísmo. Marx no prescindirá de la religión sino que construirá una religión al revés” (De “De la Rus’ de Vladímir al «hombre nuevo» soviético”-Ediciones Gladius-Buenos Aires 1989).

En cuanto a la búsqueda de la eternidad, Ortega y Gasset, en cierta oportunidad, expresó que “muchos no saben qué hacer con su tiempo mientras esperan una vida ilimitada”. Matthew Alper escribió: “¿Qué metas o motivaciones podríamos tener en la eternidad? ¿Qué importancia tendrían las cosas? Eventualmente, las horas, los años y los eones se difuminarían haciendo que la existencia fuera una aventura en la oscuridad. Sería como una carrera sin meta, sin ganadores, sin perdedores, sin nada…Sería existir por existir. En ese caso, ¿no nos haría perder el interés, disminuir el ritmo, y dejar de esforzarnos para obtener logros? ¿Qué significado tendrían? Tal vez sea mejor que las cosas sean de este modo; es mejor arder fuerte y rápido que apagarse lentamente. Si no existiera la muerte, quizá la vida perdería su atractivo y su significado. Puede que sí, o puede que no. Tal vez sólo esté intentando racionalizar mi temor subconsciente a mi desaparición inevitable” (De “Dios está en el cerebro”-Grupo Editorial Norma-Bogotá 2008).

Todo parece indicar que la religión que mejores resultados produce es la que le permite a cada individuo desarrollar todas sus potencialidades bajo la sensación de libertad, mientras que la que peores resultados produce es la que le sugiere relegar sus decisiones y responsabilidades al Dios que interviene en los acontecimientos humanos.

Tradicionalistas vs. progresistas en la Iglesia

Alguna vez se refirió Pablo VI a la situación de la Iglesia afirmando que estaba en una etapa de “autodemolición” mientras que, en años recientes, Benedicto XVI afirmaba que “la Iglesia está llena de soberbia y porquería”. La “autodemolición” tiene como principal protagonista al sector progresista que trata de imponer cambios sustanciales, aceptando tácitamente que la Iglesia estuvo en el pasado plagada de errores, mientras que el sector tradicionalista niega tal postura y se opone a cambios sustanciales. La gravedad de la situación deriva del hecho de que el progresismo eclesiástico se ha identificado con el marxismo-leninismo, dejando de lado el cristianismo.

Experiencias realizadas en psicología social permiten estimar en un 10% de los integrantes de un grupo la cantidad de personas poco influenciables, en oposición a una mayoría capaz de adherir a posturas o acciones totalmente reñidas con la ética elemental. De ahí que en instituciones basadas en la fe, y no tanto en el razonamiento, no resulte extraño que puedan suceder estas cosas. El Pbro. David Núñez escribió: “No es la primera vez que acontecen casos como el presente en la Iglesia de Dios. Ya San Gregorio Nacianceno decía lo siguiente del comportamiento de la mayor parte de los Obispos de su tiempo en la cuestión del arrianismo: «Ciertamente los pastores actuaron como unos insensatos; porque, salvo un número muy reducido, que fue despreciado por su insignificancia o que resistió por su virtud, y que había de quedar como una semilla o una raíz de donde nacería de nuevo Israel bajo el influjo del Espíritu Santo, todos cedieron a las circunstancias, con la única diferencia de que unos sucumbieron más pronto y otros más tarde; unos estuvieron en la primera línea de los campeones y jefes de la impiedad, otros se unieron a las filas de los soldados en batalla, vencidos por el miedo, por el interés, por el halago o, lo que es más inexcusable, por su propia ignorancia». «Me siento inclinado a evitar todas las conferencias de Obispos; pues no he visto nunca una que llevase a un resultado feliz, ni que remediase los males existentes, sino más bien que los agravase»” (De “La misa, la obediencia y el Concilio Vaticano II” de M. Roberto Gorostiaga-Ediciones Fundación-Buenos Aires 1979).

La vigencia de la Iglesia a través del tiempo se debe esencialmente a la continuidad que los propios fieles le han otorgado a las prédicas evangélicas, a pesar, a veces, de la jerarquía eclesiástica. Esto resulta similar al caso de aquellos países que mantienen su integridad, no gracias a los gobiernos de turno, sino a pesar de ellos. El Cardenal Newman escribió: “El dogma de Nicea se mantuvo durante la mayor parte del siglo IV, no por la firmeza inquebrantable de la Santa Sede, de los Concilios y de los Obispos, sino por el consenso de los fieles. Por un tiempo la masa de los Obispos falló en la confesión de su fe. Hablaron en sentidos diferentes, unos contra otros; durante cerca de sesenta años después de Nicea no hubo nada que se parezca a un testimonio firme, constante, consecuente”. “Los pocos Obispos que permanecieron fieles fueron desacreditados y enviados al destierro; el resto se componía de los que engañaban y de los que eran engañados”.

Varios tradicionalistas fueron expulsados de la Iglesia. M. Roberto Gorostiaga escribió: “El cura de Franqueville, en Francia, de 67 años, con 40 años de sacerdocio, echado de su iglesia parroquial por fidelidad a la Misa Tradicional, la Misa del Apóstol San Pedro, que alcanzó su forma actual con San Dámaso en el siglo IV y luego con San Gregorio Magno en el siglo VI y que San Pío V, mil años después, sólo codificó”. “La fuerza pública fue llamada por su obispo para echar a un virtuoso y anciano sacerdote, fiel a la doctrina, la moral y la Misa de siempre. Los gendarmes hicieron clavar las puertas para que el «rebelde» no pudiera volver”. “Así se practica el diálogo. Al ecumenismo tan declarado podemos tildarlo de mentiroso, pues excluye a aquéllos que siguen fieles a lo que siempre, por todos y en todas partes fue creído y practicado”.

De la misma forma en que el pueblo debe reclamar cuando sus gobernantes no respetan sus derechos y transgreden las normas más elementales, el católico tiene la opción de desconocer las directivas de la jerarquía eclesiástica cuando advierte que ha equivocado el camino. David Núñez agrega: “Creemos que en caso tan lamentable…podrían lícitamente los fieles seguir en las prácticas religiosas, suponiendo que estén doctrinalmente dentro de la más pura ortodoxia, y continuarlas a pesar de los llamados, amenazas y puniciones eclesiásticas que un obispo fulminase contra los que procedieran así, para retraerles de la rebeldía a su autoridad; y además creemos también que esto no supondría, ni mucho menos encerraría, peligro de cisma, como podría parecer, ya por la disposición interna en que están de obedecer dócilmente con prontitud cuando por parte del superior se quite la causa de su justa rebelión, ya porque de hecho están obedeciendo a una verdad superior, a la Iglesia misma, aunque rechacen el mandato de un superior inmediato que, por el supuesto de su conducta no justa en el cumplimiento de su obligación, se coloca fuera del derecho común, o sea, del merecimiento a la obediencia que se le debería prestar si cumpliese con su deber”.

Quizás no exista mayor adecuación a la expresión “lobos con piel de ovejas” que la de los “sacerdotes” marxistas. En vez de ir a predicar al Partido Comunista, han optado por seguir en la Iglesia con la firme convicción de que el socialismo, que tantas veces fracasó, alguna vez dará buenos resultados. David Núñez agrega: “En lugar de despertar de sus errores al resplandor de la luz que despidieran los justos y bien merecidos castigos, se quedan, se afianzan y se empecinan más y más en sus errores. Y como muchos de ellos han perdido la fe totalmente, por una parte, y por otra saben, para mal de nuestros pecados, que no se los va a echar pública e ignominiosamente de la Iglesia, sino que ni siquiera se les va a llamar la atención, aunque no fuera más que por caridad hacia los que corren peligro de perder la fe por sus errores; y que a lo más éstos se lamentarán genéricamente, pero nada de castigos y mucho menos de «obsoletas» excomuniones, ellos con gran cinismo se ríen de todas esas lamentaciones y del que las hace, y mientras tanto se quedan dentro de la Iglesia y se valen de su benevolencia, de su indecisión o de lo que sea…, para seguir su camino demoledor en perpetua y descarada revuelta contra la Iglesia para destruirla, porque según su acertada teoría, eso se consigue mejor desde dentro que desde fuera”.

“Oímos las arengas de otros muchos sacerdotes que también ¡qué casualidad! se titulan «postconciliares» y que, en lugar de fomentar con sus sermones la fe, la piedad y toda la vida cristiana, disertan en los púlpitos y otras muchas partes más o menos veladamente sobre las doctrinas de Marx o de Mao para fomentar la violencia, las guerrillas, los conflictos estudiantiles con las autoridades, la conspiración y la revolución, en una palabra, si es que no contentándose con eso, ellos mismos personalmente participan en ellas (valgan como ejemplos Camilo Torres, Carbone, Helder Cámara, el cardenal de Santiago de Chile [Silva Henríquez], que canta un solemne Te Deum «ecuménico» por la asunción al mando del comunista Salvador Allende, etc. etc.”. “El enemigo tiene hoy en gestación la destrucción de la Iglesia, y desgraciadamente consigue mucho con grandísima eficacia, porque se mueve y trabaja para el mal y porque nosotros no nos movemos ni trabajamos para el bien. Eso es todo”.

En los propios Evangelios viene incorporado el antídoto para estos casos: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestiduras de ovejas; mas de dentro son lobos rapaces”. “Por sus frutos los reconoceréis”. “¿Por ventura se cosechan uvas de los espinos o higos de los abrojos? Es así que todo árbol bueno produce frutos buenos, mas todo árbol ruin produce frutos malos. No puede el árbol bueno producir frutos malos, ni el árbol ruin producir frutos buenos. Todo árbol que no produce fruto bueno es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis” (Mateo).

Mientras el cristianismo propone el amor al prójimo, esto es, propone compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, identificando moral individual con moral social, por lo cual involucra a todo ser humano, el marxismo propone adherir al “sector bueno” (el proletariado) en su lucha contra el “sector malo” (la burguesía) en una lucha de clases que, según Marx, necesariamente se ha de establecer en toda sociedad libre. Todo individuo que adhiere al marxismo, tiende permanentemente a descalificar y a calumniar al “sector malo”, incluso hasta llegar al extremo de combatirlo por medios de las armas. Adviértase la similitud entre marxismo y nazismo, por cuanto para los nazis existía una “raza buena” (los arios) y una “raza mala” (los judíos). Según el grado de adhesión al nazismo, un individuo, en forma permanente, descalifica y calumnia a la “raza mala” hasta el extremo de llegar a combatirlo por medio de las armas. No existen posturas más opuestas y antagónicas que cristianismo y marxismo, (o cristianismo y nazismo).

La misión encomendada por Cristo a sus seguidores fue esencialmente la de predicar sus enseñanzas por todo el planeta, ya que la actitud cooperativa del amor viene implícita en la propia naturaleza humana y es el medio óptimo y necesario para establecer el Reino de Dios; es decir, el gobierno de Dios sobre el hombre a través de nuestra adaptación a la ley natural. Como la adopción de tal actitud cooperativa no resulta fácil de lograr, les esperaba una ardua tarea. Sin embargo, desde la propia Iglesia, en lugar de aceptar la teología de Cristo; la visión religiosa del fundador del cristianismo, ha decidido reemplazarla por otras “teologías”, como la denominada “teología de la liberación”, que no propone adaptarnos a la actitud cooperativa sino a “liberar al proletariado de la opresión a que lo somete la burguesía”, por lo cual se advierte una evidente transición desde el cristianismo al marxismo.

Toda descripción del mundo, que contemple la ley natural, tiene un carácter atemporal, ya que su validez no cambia con el tiempo por cuanto la ley natural es invariante. En el caso del hombre, las leyes naturales de interés son las de origen psicológico, y son las que gobiernan la conducta del hombre, y de las cuales la más elemental e inmediata es la actitud característica de las personas. La esencia del cristianismo implica la adopción de la actitud del amor en detrimento del odio, del egoísmo y de la indiferencia. Para los nuevos “teólogos”, sin embargo, la teología ha de cambiar con las épocas y con las culturas particulares, y de ahí la posibilidad de reemplazar la propuesta cristiana. Yves-M. J. Congar escribió: “Lo que ahora tengo en el pensamiento es que la historicidad y la actualidad son una nota esencial en teología, al menos si se toma el término en toda la extensión y la vitalidad de su significado. Por esto la teología no puede ser nunca atemporal. Cada teólogo construye su ciencia con los recursos de su propia formación intelectual. Y, sobre todo, el teólogo que quiere fielmente prestar este servicio eclesial, se encuentra condicionado por los recursos que se le ofrecen, por las tareas que se le imponen a través del mundo cultural en el que vive” (De “Teología de la Renovación”-Varios autores-Ediciones Sígueme-Salamanca 1972).

Iglesia vs. evolucionismo

Resulta llamativo que un sector importante de creyentes no acepte el proceso evolutivo por el cual se establece la formación y el surgimiento de las distintas especies y variedades del reino animal y vegetal. Implica una rebelión en contra de Dios por cuanto no aceptan su criterio para la creación del mundo, sino que optan por la versión bíblica, que es una descripción hecha por hombres que miraban a Dios y adoptaban la visión que del mundo se tenía en la época de la realización de la Biblia.

Si bien otros han aceptado la evolución biológica, aunque de mala gana, rechazan la adicional evolución que va desde la materia a la formación de la vida. Para el científico, por el contrario, quizás no exista algo más sorprendente que el Creador, o la propia naturaleza, como inteligencias hipotéticas diseñadoras del mundo, han tenido la habilidad de establecer leyes naturales al nivel de las partículas elementales que potencialmente llevarán todos los atributos que luego aparecerán en las mayores escalas de observación, es decir, la vida inteligente de alguna forma estaba latente en las leyes de la mecánica cuántica, previendo la formación de moléculas, células, organismos, seres humanos, etc. Hubert Reeves escribió: “La noción de evolución, introducida en principio por la biología, invade hoy todo el discurso científico. Desde hace quince mil millones de años, la materia evoluciona hacia estados de organización, de complejidad, de nivel, cada vez más elevados. A partir del caos primordial, ha engendrado sucesivamente: los nucleones, los átomos, las células y los organismos vivos”. “A nuestro primer enunciado: la naturaleza está estructurada como un lenguaje, añadiremos ahora un segundo: la pirámide de la complejidad se edifica en el curso del tiempo” (De “El sentido del universo”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1989).

Adviértase que esta visión del mundo implica esencialmente el principio de complejidad-conciencia formulado por Pierre Teilhard de Chardin, quien pretende que la religión lo tenga en cuenta para una posterior adaptación de sus planteos. En el ámbito científico resulta algo evidente ya que ni siquiera se hace referencia a quien (Teilhard) fue el primero en enunciarlo. Para la religión, en cambio, implica vislumbrar un sentido del universo o una finalidad implícita de la cual puede intuirse un sentido de la vida objetivo impuesto a los hombres por el orden natural.

Algunos sectores de la Iglesia, sin embargo, poco aprendieron de los conflictos que en el pasado se suscitaron entre religión y ciencia, como fue el caso de Galileo Galilei o el de Charles Darwin. En lugar de aceptar que la religión es una cuestión de ética y de sentido de la vida, se siguió entrometiendo en cuestiones científicas negando esencialmente los hallazgos y las conclusiones de la ciencia experimental. Es oportuno citar algunas prohibiciones surgidas en la Iglesia Católica del siglo XIX que rechazan la posibilidad de una evolución desde la materia a la vida. Los anatemas son maldiciones que pueden llevar a la excomunión: “Sea anatema: Quien niegue el único Dios verdadero creador y señor de todas las cosas visibles e invisibles. Quien afirme sin rubor que sólo existe materia. Quien diga que la substancia o esencia de Dios y de todas las cosas es única e igual”. “Quien diga que el hombre puede y debe por sus propios esfuerzos y por progresos constantes llegar al cabo de la posesión de toda verdad y virtud. Quien rehúse aceptar como sagrados y canónicos los libros de la Sagrada Escritura íntegros, con todas sus partes, según fueron enumerados por el santo Concilio de Trento, o niegue que son inspirados por Dios”.

“Quien diga que la razón es tan sabia e independiente, que Dios no puede pedirle la fe. Quien diga que la revelación divina no puede hacerse creíble por pruebas exteriores. Quien diga que no pueden hacerse milagros o que nunca pueden conocerse con certeza, y que el origen divino del cristianismo no puede probarse por ellos. Quien diga que la revelación divina no incluye misterios, sino que todos los dogmas de la fe pueden comprenderse y demostrarse por la razón debidamente comprobada. Quien diga que la ciencia humana debe proseguirse con tal espíritu de libertad que puedan considerarse sus afirmaciones como verdaderas, aun cuando se opongan a la verdad revelada. Quien diga que llegará un tiempo en el progreso de las ciencias en que las doctrinas enseñadas por la Iglesia deban tomarse en otro sentido que aquel que la Iglesia les dio y les da todavía” (Citado en “Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia” de Juan G. Draper-Editorial Tora-Buenos Aires 1954).

En tales prohibiciones está implícita una penosa separación entre ciencia y religión, que aun hoy tiene vigencia en algunos sectores de la Iglesia. Juan G. Draper escribió: “Venimos, pues, a parar a esta conclusión: que el cristianismo católico y la ciencia son absolutamente incompatibles, según reconocen sus respectivos adeptos. No pueden existir juntos: uno debe ceder ante la otra, y la humanidad tiene que elegir, pues no puede conservar ambos”.

El rechazo del evolucionismo generalizado se debe, entre otras causas, a la creencia de que la ética cristiana necesariamente habría de evolucionar hasta hacerse irreconocible; algo totalmente alejado de la realidad por cuanto todo proceso evolutivo implica periodos temporales del orden de los millones de años, imperceptibles para la humanidad en su relativamente corta historia. Se dice que si un hombre actual fuese ubicado entre los hombres que vivieron hace 10.000 años, nadie advertiría diferencias. El conflicto esencial entre la Iglesia tradicional y la visión científica del mundo, es que ésta coincide con la adoptada por la religión natural. Así, el cristianismo interpretado como religión natural, resulta compatible tanto con la ciencia experimental como con el mundo real.

La incompatibilidad entre la religión sobrenatural con la natural se manifiesta, entre otros aspectos, en el rechazo a Teilhard de Chardin desde varios sectores católicos. John Eppstein escribió: “En cuanto al cristianismo histórico, en el cual, por contradictorio que pueda parecer, dijo creer hasta el final (y así, sería efectivamente, pues en los casos de esquizofrenia cada una de las mitades de la personalidad escindida es igualmente auténtica). Pero para las personas de inteligencia normal, sean o no sean cristianas, resulta palmario que Teilhard reduce a un estado puramente relativo los hechos, acontecimientos y personas que tienen un valor absoluto en la tradición católica”.

“Esto es consecuencia de la pasión absorbente que le inspira la teoría de la evolución. Subyugado por las piedras desde la niñez, llegó a ser brillante paleontólogo y biólogo, y se embebió de los progresos de la ciencia moderna. El mundo en evolución llegó a ser para él la fuerza predominante y lo que todo lo explicaba. Otro tanto les ocurría a su amigo sir Julian Huxley y a otros no inquietados por una conciencia católica. Lo que distinguió a Teilhard de sus coetáneos no católicos fue su tentativa de conciliar su formación cristiana católica y su condición sacerdotal con su nuevo entusiasmo por el mundo en evolución, porque la fe católica, «arraigada en la idea de la encarnación, siempre ha dado en su estructura gran importancia a los valores del mundo y de la materia». Y así aboga por «una nueva cristología que abarque las dimensiones orgánicas de nuestro nuevo universo»”.

“Pero ¿qué es más importante? ¿Jesucristo o la evolución? ¿La religión o el progreso? ¿Dios o el mundo? La anteposición del segundo término de cada una de estas alternativas es lo que constituye la gran aberración de Teilhard de Chardin y el principal peligro que supone para teólogos y filósofos que se han dejado fascinar por sus obras” (De “¿Se ha vuelto loca la Iglesia Católica?”-Ediciones Guadarrama SA-Madrid 1973).

La “esquizofrenia” asociada a Teilhard es una forma de intentar ocultar otra bastante más acentuada al separar a Cristo de la realidad, a Dios del mundo, a la religión de la evolución y de la ciencia y a la postura ideológica de la realidad. La Iglesia, en lugar de aceptar una orientación “saludable” hacia la religión natural y hacia la ciencia experimental, terminó por asociarse al marxismo, que es una pseudo-ciencia y una anti-religión, materializada por la Teología de la Liberación, aceptada por las actuales autoridades de la Iglesia Católica. Ese es el precio que se está pagando por despreciar al mundo real y sus leyes persistiendo en la actitud obsecuente de priorizar la fe hasta llegar a despreciar la razón.

Si no hubiese existido Teilhard, el principio de complejidad-conciencia habría surgido igualmente, ya que es una consecuencia de la física de partículas y de la teoría cosmogónica del big-bang, que hasta el momento no puede decirse que sea desacertada. Los conservadores y tradicionalistas han sido los “kerenskys católicos” que, atacando todo lo que puede servir de fundamento científico del cristianismo, facilitaron el acceso del marxismo-leninismo en todos los niveles de la Iglesia. Incluso algunos autores tradicionalistas ni siquiera están convencidos de la veracidad de la evolución biológica. Rubén Calderón Bouchet escribió: “Los hombres de ciencia, aunque acepten como hipótesis de trabajo la teoría de la evolución o el transformismo, nunca la dan como un hecho científico comprobado ni extraen de ella conclusiones válidas para instaurar un régimen cognoscitivo capaz de vulnerar definitivamente los fundamentos de la sabiduría tradicional. Una pretensión de tal naturaleza no es científica, es ideológica y trataremos de ver por qué razón la adoptó el Padre Teilhard en su extraño sistema del hombre y del mundo” (De “La luz que viene del Norte”-Ediciones Nueva Hispanidad-Buenos Aires 2009).

De todo este planteo, es conveniente preguntarse, no por las creencias individuales o particulares de los distintos autores, sino acerca de cómo funciona el mundo real. Si se indaga con detenimiento cómo trabaja la ciencia experimental de nuestra época, con márgenes de error bastante pequeños, puede afirmarse que la realidad del mundo ha de estar cercana a lo expresado arriba por Hubert Reeves. De ahí la validez esencial de la propuesta de Teilhard y de la conclusión de que el mundo real se comporta aproximadamente como lo supone la religión natural y no tanto como lo estipula la religión sobrenatural. Teilhard de Chardin escribió: “Tuve siempre un alma naturalmente panteísta. Experimenté las aspiraciones invencibles, nativas; pero sin atreverme a usarlas libremente, porque no sabía conciliarlas con mi fe. Después de experiencias diversas (y de otras todavía) pude decir que he encontrado para mi existencia el interés inagotable y la paz inalterable. Vivo en el seno del Elemento único, Centro y detalle del Todo. Amor personal y potencia cósmica” (Citado en “La luz que viene del Norte”).

Al intentar seguir negando la visión científica del mundo, se vislumbra en la Iglesia un alejamiento paulatino de las nuevas generaciones que van adquiriendo tal visión en forma natural. Al negar asociarse a la ciencia, sigue en el ámbito de la filosofía y de la teología ante los riesgos concretos de quedar prisionera de ideologías perversas como el marxismo-leninismo, haciéndose cómplice de las tragedias sociales que tal ideología ha promovido.